Recogido en el segundo volumen de Hermeneutik und Dialectik, obra homenaje a H. G. Gadamer, el artículo de Ricoeur, podríamos decir, no se encuentra fuera de sitio. El propósito consiste nada menos que en dar las bases para un acercamiento de la clásica distinción entre explicar y comprender desde la instancia del texto y a la luz de los conflictos de las escuelas contemporáneas. En este caso este conflicto recae en la distinción entre explicar e interpretar que ha venido a dividir el planteamiento neoestructuralista y el hermenéutico.
La condición específica de suspensión del diálogo permite una doble consideración: como texto cerrado y sin mundo, o de un mundo mudo y hermético, o como un texto que llega a la vida a través de la lectura, que adquiere un nuevo contexto y, por tanto, tiene como primer problema el de su interpretación en las nuevas condiciones. El primer aspecto, el estructural, ha sido estudiado por la lingüística no según un modelo naturalista -ley de causa o efecto- pero sí como un objeto que está ya acabado y que el investigador estudia como un espectáculo. El texto es explicado por referencia a unidades de significación propia que se define en relación de oposición de unas con otras. Del mismo modo que la frase se constituye de unidades más pequeñas es posible un estudio del texto como unidad significativa según las relaciones de unidades más pequeñas. Ricoeur pone el ejemplo de Lévi-Strauss en su análisis de los mitos como conjuntos estructurales de mitemas. Descubrir las leyes de relación entre los mitemas se parece mucho al estudio objetivo de una sustancia química, por ejemplo, o de un motor eléctrico, en el sentido de que no se intenta acceder a su significación sino a un sentido mudo, ajeno a la palabra viva, que yace en la estructura del texto como una superación de las contradicciones. La gran ventaja, según Ricoeur, estriba en que la metodología para descubrir las operaciones lógicas que circunscriben el sentido del texto no son prestadas de una ciencia ajena a la comprensión sino del mismo lenguaje. "Desde entonces la interpretación, si es posible todavía darle sentido, no estará ya confrontada a un modelo exterior a las ciencias humanas; estará en discusión con un modelo de inteligibilidad que pertenece, de nacimiento si así se le puede decir, al dominio de las ciencias humanas, y a una ciencia de ese dominio: la lingüística" (p. 193).
La segunda actitud ante el texto es la forma de la lectura, revitalizar el texto suspendido en un mundo muerto a un mundo nuevo en el que necesariamente adquirirá una vida inédita. La forma abierta del texto es el auténtito tópos de la hermenéutica: la mediación de la interpretación imprime una distinción con respecto al sentido estructural. El texto no puede ser de ningún modo objeto-espectáculo de análisis sino que entra a formar parte en un proceso de transformación de una historia interpretativa. En el clásico modelo de lectura como apropiación el objetualismo cintificista viene a romperse por el modelo del círculo hermenéutico. El dualismo sujeto-objeto pierde sus límites y se torna en un movimiento en el que no es posible determinar los contornos de cada uno, puesto que se hacen intercambiables en el denomindado proceso del espíritu, el reconocimiento. Es claro que hay una diferencia explícita con el modelo explicativo. Este accede al sentido. La interpretación accede a la significación en un proceso inacabable. La estrategia de Ricoeur consistirá ahora en ir más allá de una dualidad opositiva entre los dos métodos. A mi entender tal estrategia corresponde a lo que hemos llamado segundo desplazamiento; negar que pueda haber una explicación que no tome parte de ese proceso interpretativo. Con el mismo ejemplo del mito de Lévi-Strauss, Ricoeur hace confesar al autor francés que el intento de resolución de las contradiccines entre los mitemas no tendría sentido si esas contradicciones no se refirieran en última instancia a una significación última de los mitos: "El mito no es un operador lógico entre no importa qué proposición sino entre las proposiciones que apuntan hacia las situaciones límite, el origen y el fin, la muerte, el sufrimiento, la sexualidad" (p. 197). El sentido de una narración y su interpretación no están tan alejados, sino que el primero se convierte en una etapa necesaria en la significación. Ricoeur llama arco hermenéutico al modo de entender una narración escrita en el que forma parte tanto la explicación y la comprensión.
La explicación sería el modo de evitar que la compresión fuera la apropiación arbitraria de una intención del autor, que según la estructura de la escritura se oculta desde el primer instante. La clave hermenéutica que da el acercamiento de la explicación a la interpretación es la orientación de la lectura hacia el texto en cuanto tal. La explicación viene a modificar el concepto psicologista de interpretación pues da cuenta de la estructura misma del texto como fuente de significación. Es por ello por lo que Ricoeur afirma que a partir de ahora la interpretación toma un tinte objetivo pues ya no se trata de un acto exterior al texto sino el mismo acto del texto tomando vida. "Interpretar es ponerse en el sentido indicado por la relación interna del texto mismo" (p. 198).
Conviene hacer referencia al apoyo al que acude Ricoeur para ilustrar este concepto de interpretación. Por un lado toma la hermenéutica de Aristóteles en donde la interpretación no es lo que se hace con un segundo lenguaje en relación a un primer lenguaje, sino la misma lectura del primer lenguaje. La interpretación está desde el primer momento mediando entre la convención y las cosas. Es decir, el lenguaje mismo es interpretación. Este es el sentido al que se acerca Dilthey con su noción de espíritu objetivo y al que no logra despsicologizar por completo. Por otro lado toma de Peirce el modo en que introduce en la relación entre signo y objeto al interpretante. El interpretante entre en esa relación como un injerto que deja abierta la relación e inagotado el sentido (caben otros interpretantes). La relación entre signo y objeto, entre texto y sentido, permite una infinidad de injertos en los que los interpretantes intentan llegar a su indentificación, al sentido pleno, pero su labor es imposible por el carácter convencional del signo. El sentido permite tal variedad de significados por su demasiado estrecha relación con el signo. Por ello el sentido no puede ser unívoco o delimitado, aunque ello no implique su inaccesibilidad. Creo que el calificativo de objetividad que Ricoeur da a la interpretación es precisametne el carácter accesible y comunicable de todo texto y de su apertura. La asociación signo-intérprete no es posibilitada entonces por un acto privado, que como tal sería inaccesible, sino por una comunidad. En un último parangón Ricoeur hace una trasposición del modelo objeto-signo-interpretante de Peirce, en el modelo texto-sentido de la explicación-interpretación. La objetividad de la cadena de interpretaciones vendría dada por el carácter latente del sentido del texto sobre sí mismo. La psicologización de la interpretación deja de ser un problema desde el momento en que el sentido descansa en el estatus especial que hemos definido del texto.
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