jueves, 1 de julio de 2010

La obstinación de Heinrich Teodor Böll

Pues aunque en cierta manera y según el parecer de la gente frívola, las cosas inexistentes sean más fáciles de representar con palabras que las existentes, y haya menos responsabilidad en tal representación, para el escritor fiel y concienzudo son, en cambio, exactamente lo contrario: nada escapa tanto a la formulación verbal y nada, sin embargo, conviene poner tan claramente ante los ojos de los hombres como ciertas cosas cuya existencia no puede demostrarse ni resulta verosímil [HERMAN HESSSE, El juego de los Abalorios].


El premio Nobel del 72, suena en los oídos populares a un escritor alemán católico que escribió contra los alemanes y contra los católicos. A juicio de m s famoso crítico de literatura alemán, Marcel Reich-Ranicki, Böll ha sido después de Thomas Mann el gran formador de la Alemania de la posguerra. Si hacemos caso a la difusión de sus libros, desde luego, habrá que concluir que ha sido también un formador notable de la conciencia contemporánea. Cuando Ranicky escribía sobre Böll en el Frankfurter Allgemeine Zeitung, el 3 de Octubre de 1977, las ediciones de su obra habían alcanzado la cifra de diecisiete millones en todo el mundo, en treinta y cinco idiomas.

El poeta, el literato, forma el modo de percibir la realidad con un arma impenetrable: intenta resolver problemas gritando los que todos sus congéneres sienten pero no saben expresar. La realidad, decía Böll en 1953, es como una carta dirigida a nosotros y que dejamos sin abrir porque la molestia de abrirla nos resulta engorrosa. La realidad es un mensaje que quiere ser aceptado, está encomendada al hombre, una tarea que éste ha de realizar. El verdadero poeta entiende que el arte no es un aderezo a la vida económica o social, sino el camino m s bello y difícil para formase y comprometerse con la sociedad en que vive, y para transformarla. El que quiere con m s violencia un cambio en la vida de una sociedad es el verdadero poeta. Es un político sin programa y contra toda programación de su labor, un revolucionario sin ninguna idea sobre la sociedad perfecta o sobre el destino al que hay que llegar. Ranicky escribía sobre Böll en Die Zeit, en 1971, que Böll es un predicador con trazas de payaso, un bufón con dignidad sacerdotal, justamente porque le ofrece al mundo lo que sigue esperando consciente o inconscientemente. Böll ha dado a Alemania los elementos que ésta espera de un gran escritor: moral y culpabilidad. Y sin embargo nunca le ha dado lo concienzudo y solemne del discurso de todos los poetas alemanes. No quiere ser un moralizador con levita gris y gesto adusto: se presenta tan débil y cómico como los anti-héroes de sus novelas. Böll hablaba del compromiso social del artista como si se tratara de una reacción físico-química, tan natural como las convulsiones que producen una enfermedad. El escritor que intente moralizar al público es exactamente otro síntoma de la misma dolencia del público, cuya curación está viciada de raíz. Lo que cuenta para el poeta, dice Böll, ante todo es el lenguaje y el deseo de exponer una cuestióp determinada, el punto de partida no es tal moral ni moralizador, pese a las apariencias. El compromiso del poeta es un compromiso con el lenguaje. Su punto de partida: hallarse inconsolable ante el estado del universo, antes los sistemas del orden, ante los problemas que nunca se podrá n resolver por el derecho y la ley.

LA SOCIEDAD DEL RENDIMIENTO

La biografía de Böll podría resumirse así: incontables favores a amigos y desconocidos y la incomprensión de autoridades civiles y eclesiásticas. Se le ha hecho responsable de haber destruido cierto cristianismo en Alemania, del mismo modo que de la desaparición del socialismo, tras retirar su apoyo a Willy Brandt. Y al mismo tiempo se habla de él como católico y socialista, si entendemos este último término como atributo aplicable al defensor del débil. Profundamente alemán y profundamente católico. Pero también por eso Böll fue como una inaguantable mosca para las estructuras establecidas, y para la cultura burguesa. Ranicky dice que el éxito de Böll en los países del este se debe a su sinceridad. No camufla nada en sus obras ni trata de decir nada conveniente. Otro crítico alemán de renombrado prestigio vivía en Praga cuando escribió esto en 1967 y difícilmente hubiera podido decir con mas claridad a qué se debe el eco extraordinario de sus libros en Checoslovaquia y en los países comunistas: Cada vez es m s difícil la plena identificación del individuo con su sociedad. De esta manera Böll crea individualistas que no están dispuestos a rendirse ante los poderes del mal y así son símbolos que atraen fraternalmente a sus contemporáneos; de inmediato los lectores referían a su propia situación la rebelión desvalida y a veces desesperada de su héroe, invariablemente desprovisto de heroísmo. Una rebelión desvalida porque la protesta de Böll no es política ni reivindicativa. Utiliza un arma m s eficaz: simplemente muestra sus entrañas de humanidad. El escritor, dice Böll ama a su tierra como una mujer desconocida a la que abraza una vez y no vuelve a ver nunca, y justamente por eso Alemania fue el centro de sus ataques: Alemania y su vergüenza. Pero nadie encontrar denuncias serias, por ejemplo, al nacionalsocialismo. Ese tipo de cosas nunca las dice Böll, las muestra. Su modo de denunciar es la ironía y el guiño ante la sociedad programática del rendimiento que veía como la estructuración institucionalizada de la hipocresía, tanto de los países comunistas como de su República Federal. El mundo es malo, para Böll, porque impide la felicidad de Romeo y Julieta, o la salvación de Thelma y Loise; el amor entre Hans Schier y Marie en Opiniones de un payaso, Leni Gruyten y Boris en Retrato de un grupo con señora; o porque permite que las cosas est‚n hechas de tal modo que Katharina Blum nunca sea la misma después de las difamaciones de EL PERIÓDICO, en El honor perdido de Katharina Blum. Böll se revela siempre contra las condiciones cuya crueldad y malicia impiden a h‚roes pasivos sus propósitos. Y parece que no hay mejor traducción de la tragedia griega o la ‚pica medieval que esta narración de personajes, m s bien sin recursos e ingenuos, que son el objeto de infortunio de efectos perversos de una sociedad que se ha auto-denominado la m s justa de la historia. Por eso Böll es un anarquista. Toda su obra parece un ejercicio contra el poder institucionalizado, sea Estado, Ejército o Iglesia. Y sin quererlo ‚l mismo se convirtió en una institución cuya finalidad no era m s que defender a los extraviados, pero no desde la arrogancia de un programa electoral o los aires salvadores de un púlpito sino desde la confesión propia de su condición de extraviado. No promete nada porque no se define, en expresión de Ranicky, como vigilante establecido. Allá donde su sentido huele a persecución se presenta provocando a sus adversarios y convirtiéndose en perseguido. Es un formador del pueblo porque no pretende serlo, sino porque da su corazón por alimento. Todo escritor auténtico ha sido, en este sentido, un anarquista o un elemento incómodo a la estructura establecida y un no acomodado a los c nones oficiales. Todo formador del pueblo ha sido un terrorista no contra el orden, sino contra el pseudo-orden que se proclama la definitiva opción por los débiles o la acción que encubre su verdadera intención.

CONTRA LA OFICIALIDAD

La subversión de Böll se revelaba de una manera automática contra todo lo que adquiría cuerpo de sistema o imposición. Su discurso ante la academia al recibir el premio Nobel contiene algo de paradoja: una denuncia directa contra la artificialidad de la cultura oficial, contra los premios y menciones, que sería catalogada por muchos como excentricidad sino fuera porque la actitud de Böll después de haber sido encumbrado y poseer una fama universal, fue siempre desmitificadora y tan lejana a la soberbia como lo muestran sus últimas entrevistas y discursos antes de su muerte. Siempre habló del parte comprometido y sin embargo sus palabras ante la academia son una denuncia agresiva contra el arte y la literatura tal como es concebida en los países comunistas: su manutención en la medida que contribuye directa e inmediatamente al cambio del mundo que pretenden alcanzar. La pretensión del arte con respecto a su compromiso social, como instancia educadora, no debe ser, para Böll, una intenci¢n directa. El compromiso social se resume al compromiso del lenguaje. Por eso tampoco gustaba nada de la expresión literatura cristiana: La literatura escrita por cristianos es sometida, única y exclusivamente, a las reglas de la literatura; no hay un estilo cristiano, no hay novelas cristianas, sino cristianos que escriben, y cuanto m s se concentre un cristiano como artista, en el estilo y la expresión, m s cristiana ser su obra. Y no hay nada que le asuste más a un escritor que su arma, el lenguaje, quede ceñido como un corsé‚ a ideas extra-literarias. Si es así, el escritor y la lengua traer n al mundo niños de madera: literatura cristiana. Y desde luego se puede hablar muy bien del modo de escribir de Böll.

Una página de Böll da la impresión de obviedad, como un cristal limpio, de necesidad inevitable, sobre todo cuando la ironía sarcástica se oculta bajo los aires de objetividad en el discurso. Todas las obras de Böllo tienen un aire inconfundible que fue transformando con el tiempo: quería que sus novelas fueran un cuaderno para colorear. El lector tiene que poner mucho de su parte para leer sus novelas. El mérito de Böll radica en convertir en cuento humorístico una historia lúgubre, de modo que sus relatos nunca poseen un ataque de rabia o un grito de socorro, aunque eso no impida la impresión que queda de una relación de imperiosa necesidad en términos amenazadores. Ranicky escribía sobre Böll en 1977: Tiene una vista realmente fenomenal para imágenes y motivos, situaciones y constelaciones que explicitan con un efecto de golpe aquello que pretende conseguir: muestra lo que tiene que decir, se puede ver lo que comunica. Y lo que se ve remite a algo que está más allá, haciendo que se reconozca el fundamento general, el fondo social o de la historia contemporánea, el espíritu de la época. Böll posee una capacidad extraordinaria de transformar en ‚pica su experiencia de la vida y su visión del mundo por un medio de ascetismo narrativo: contar lo menos posible sobre sus personajes. Ya lo advirtió: He llegado a un acuerdo con los personajes de mis novelas: no dar‚ información alguna sobre ellos. Y sin embargo los personajes poseen vida propia y se parecen enormemente entre ellos; casi siempre son lamentables víctimas de las condiciones históricas, indefensos hombres del montón, hombres y mujeres desorientados que ni siquiera toman en consideración la posibilidad de luchar por o en contra de algo. Todos aguantan su destino. ¿Es esto la esencia de la tragedia? Ninguno es capaz de comprender los acontecimientos generales ni tampoco pueden reconocer los situación concreta en la que se encuentran. Es el máximo aliento de vida que puede aguantar un personaje ficticio: casi son reales. La profesión, edad, posición social, educación y confesión apenas influyen sobre los caracteres de sus protagonistas: siempre hombre inermes y marginados, pasivos y pacientes, que reaccionan casi siempre alérgicamente con su entorno. En narrador nunca supera el horizonte de sus figuras centrales, que suele ser muy estrecho, de manera que la ‚pica del personaje se convierte m s en lo que la vida hace con ‚l que la trayectoria de sus proyectos. Por una extraña ley de proporcionalidad inversa Böll consigue extraordinariamente que el lector entienda a sus protagonista como seres vivos.

Mucho es lo que un autor deja de propio en su obra. ¿Por qué era un hombre poco contentadizo, y de manera confesada infeliz? Quizá la causa tenga que ver mucho con las mismas virtudes que hicieron posible sus trabajos: su extrema sensibilidad y su irritabilidad nerviosa, su capacidad para sufrir. Esa era su bendición y su carga. Cualquier lector de su obra puede vislumbrar lo que padecía, porque sólo de la aflicción pueden salir esos relatos en que la última palabra no la posee el narrador. Al decir de Ranicky su obra expresa las dolorosas desilusiones de un alemán y un cristiano que siempre se lo ha puesto difícil. ¿Qui‚n sabe si el camino de la vida de este escritor con tanto éxito no se aproximaba sigilosamente a un misterio de la Pasión? (Fankfurter Allgemeine Zeitung, 8 de octubre de 1985). M s que un poeta porque hizo de su padecimiento canciones, y porque fue primero educador sin tarima cuya alma se encontraba siempre en la última fila. Quizá lo mejor que se pueda decir de él son las palabras que en Retrato de un grupo con señora le dice Leni a Margret sin ningún aire de misterio: Nuestros poetas han sido los desatascadores del retrete más valientes.


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