miércoles, 7 de julio de 2010

LOS LIBROS DEL SIGLO XX

SARTORIS, William Faulkner, Seix Barral, Barcelona 1993.

Pocos años antes de su muerte Faulkner dejó escrito refiriéndose a su novela cumbre: "Es el germen de toda mi actitud. Con Sartoris descubrí que mi territorio natal, no mayor que un sello de un mapa, era un tema digno de ser tratado, y que yo nunca viviría el tiempo necesario para agotarlo". Esa es la impresión que nos da la historia de la saga Sartoris, una familia adinerada de principio de siglos que vive la decadencia tras las guerras en Jefferson (Missisipi): que la acción comenzó mucho antes de la primera página y que continuará mucho más allá de la última.

De lo mejor de Faulkner, y por tanto, de lo mejor de la literatura universal. Si uno lee: "al otro lado de la ventana los interminables grillos y ranas sonaban como si los rayos de la luna fuesen frágiles cristales cayendo entre los árboles y matorrales, desmenuzándose sobre el suelo en una lluvia de cristal", o "sus ojos eran como uvas de invernadero y su boca rójamente móvil destilaba descontento", reconoce en seguida el genio poético de Faulkner, pero además vuelve la vista hacia las páginas introductorias para felicitar el excelente trabajo de traducción de Lopez Muñoz, en este caso tan meritorio como la creación del autor. Y como no, encontramos la a veces desconcertante narración perspectivista (el punto de vista del actor) típica de Faulkner yuxtapuesta una y otra vez desde distintos ángulos, con una maestría peligrosa. En ocasiones el cambio de perspectiva desde el narrador hasta los protagonistas roza la perfección.

La vida de las tres dinastías de los Sartoris sobre las que pesa el oscuro destino de una fatalidad sólo consciente por sus mujeres ("la firmeza sin queja de aquellas mujeres que nadie había cantado -ni tampoco, ay, llorado-) tiene como entorno la vida lenta y rutinaria del Sur y las locuras del primogénito, condenado a la vida errante de su propio destino. Pero es muy comprometido asignar a la obra un héroe o un protagonista: la obra de Faulkner tiene la característica de ser un escenario tan parecido a la vida que nadie -ningún lector- puede hacer un juicio definitivo sobre su trama. Ni siquiera parece que Faulkner sea el Jugador que mueve los peones. El juego tiene esa propiedad de presentarse a sí mismo, de entonar un ritmo, del que los jugadores no pueden adueñarse: "quizá sea Sartoris el nombre del juego mismo: un juego pasado de moda y disputado con peones tallados demasiado tarde y utilizando un modelo demasiado viejo, del que el Jugador mismo está un poco cansado".

No hay comentarios:

Publicar un comentario