lunes, 14 de junio de 2010

La experiencia estética en el marco de una conversión

Por tanto en nuestro interior

hay todo un mundo de amor a algo,

aunque no sepamos qué pueda ser ese algo.

HERBERT

Pero a veces qué inútiles, madame,

qué míseras las flautas.

M.D'ORS


P O S I B L E I N T R O D U C C I O N

Estamos acostumbrados a hablar de la experiencia

estética como si habláramos de un paisaje o de un acto

cognoscitivo. Siempre la aislamos -maldita tendencia de la

mente- y la contemplamos lineal y rota. Pero cualquier

experiencia estética ha pertenecido a un sujeto, ha sido

manifestación de un contenido, y ha formado parte de una

biografía. Mi propósito aquí será verla desde el difícil

proceso de una conversión, como su hilo conductor.

Difícilmente se encontrarán aquí expresiones teóricas,

o universales. No es esa la intención. No hay propósito de

análisis. Sólo queremos ilustrar, señalar con el dedo -diría

Heráclito-, cuando veamos un bosquejo o una aproximación.

Simplemente, y que me perdone el autor, he sonsacado textos

de un libro y los he puesto en relación. Sin embargo no ha

sido tarea fácil; me ha visto obligado a tachar y dejar de

escribir muchas veces; el intento de dar luz sobre algún

aspecto era ocasión de emborrono con la misma expresión: es

la paradoja del iniciado. No me he atrevido a ofrecer

ninguna conclusión definitiva, en todo caso un arduo

epílogo.

Elegí a Lewis porque era muy culto y era inglés. No

dejó la lectura hasta su muerte. Como buen inglés odiaba

todo lo que había tardado en abandonar, odiaba todas sus

herejías. Y una de esas herejías era el sentimentalismo: La

creencia vital de que es más importante lo que nos produce

una cosa que la cosa misma. Esto fue su calvario y su

abandono, la salvación. Y esto es importante al hablar de

materia vital y la experiencia estética lo es. Por desgracia

sobre este tema tienen la delantera los franceses y todo

está indecorosamente plagado de sentimientos y afectaciones

inútiles. El sentimiento en cuestiones tan delicadas,

perturba. Quizá en el marco de una vida, de una conversión,

aprendamos más sobre la experiencia estética que con

múltiples teóricas desafortunadas o extraños sentimientos

idolatrados.

Si hay algo de bueno o provechoso en el trabajo de debe

al azar y a la aguda pluma de Lewis. Lo malo, redundante y

plomizo corre, por supuesto, de mi cuenta.

* * *

Todas las citas están temerariamente sacadas de

Cautivado por la Alegría, historia de mi conversión,

Encuentro Ediciones, 1989. También de Crítica literaria: Un

experimento, Antoni Bosch, Editor, 1982. Principalmente como

ayuda en la parte en que se desarrolla el mito. También de

La Abolición del hombre, del cual no tengo referencia

bibliográfica sino una traducción fotocopiada.

S U R P R I S E D B Y J O Y

Cliff Staples Lewis nació en Irlanda, hijo de pastor

protestante. No tuvo una educación puritana. Tuvo sí, una

educación religiosa. Pero tal como él lo recuerda no tuvo

raíces. Las costumbres y los deberes religiosos eran para él

otro juego, otra costumbre social que despreciaba con todas

sus fuerzas. Pronto aprendió a aislarse. En la muerte de su

madre rezó por primera vez con cierta seriedad. Pero rezaba

a un Mago, a Alguien que quizá podría hacer algo. No rezaba

a Dios. Rezaba si acaso a mi idea de Dios. Que el Mago no

hiciera caso a sus plegarias le pareció normal. Estaba

acostumbrado a que la vida real -la vida de los hechos- le

defraudara. Lewis alimentó de pequeño una tendencia

pesimista. Al mismo tiempo era extraordinariamente

imaginativo. Quizá per hoc quod la realidad siempre era

piedra de choque desagradable.

Lo que recuerda con mayor nitidez es algo destacable.

Se trata -él mismo lo cuenta así- de tres arrebatos de gran

intensidad, y por ello cortos como un instante. Una clásica

theia mania. El los va a llamar arrebatos de la Alegría. Son

muy similares a como aparecen en los manuales de estética.

Un simple juguete, un paisaje y unos versos de la mitología

nórdica producen un deseo común que le dejan aturdido en los

primeros años de la conciencia. Instantáneamente fui elevado

a las amplias regiones del cielo nórdico y deseé con una

intensidad enfermiza algo indescriptible (sólo puedo decir

que es frío, amplio, violento y lejano) y luego me encontré

en el mismo instante fuera de aquel deseo y deseando volver

a él. Nada más claro y a la vez más oculto, diría Platón.

Como diría Sebastian, bañarse en miel sin piel.

Esta experiencia -si se quiere llamar de lo sublime-

será una nota común de su biografía. Pero en cada época de

distinto modo. Y, por supuesto, formara parte de la

conversión aunque de manera muy distinta a lo que uno se

puede figurar.

Lewis bautiza este deseo como "joy". La traducción

española -acertada, a mi gusto- es la Alegría. Es un deseo

totalmente distinto al jorismós griego. Es un deseo deseable

por sí mismo: La verdadera naturaleza de la Alegría hace

inútil nuestra diferenciación entre querer y tener. Tener es

querer y querer es tener. No se trata de un binomio

dialéctico, donde es necesario la copulativa para la

superación. Se trata de un terreno donde, más bien, reina la

identidad, no monádica, sino la identidad como lo anterior,

como el principio, lo originario; una aproximación es el "yo

soy yo", primer principio fichteano. En fin, un no sé qué

que quedan balbuciendo aquellos antropoides.

Un deseo insatisfacible que es en sí mismo más deseable

que cualquier otra satisfacción. No es la felicidad o el

placer. La Alegría tiene una característica y sólo una en

relación con la felicidad o con el placer: el hecho de que

quien la haya experimentado, deseará que vuelva. No se trata

sin más de una aflicción o de una falta de plenitud, porque

en cualquier caso se deseará tenerla. Dudo de que cualquiera

que la haya experimentado la cambiase, si ambas cosas

estuvieran en su poder, por todos los placeres del mundo.

Pero la Alegría nunca está en nustras manos y el placer a

menudo, sí.

A raíz de estas experiencias la Alegría llegó a ser

para Lewis, un chico tímido e introspectivo, la actividad

más importante de su mundo interior, su tesoro. Y eso

provocó una dualidad tan grande entre su mundo y el mundo de

los adultos que no superó hasta los 18 años, gracias a la

novela Phantases. La Alegría, hasta entonces, estaba fuera

del alcance de cualquier coordenada reslista. Aquel deseo

insaciable abría brecha entre dos mundos. El mundo de la

Alegría se alimentaba de la mitología nórdica, y el mundo

real -el mundo empírico- de una tristeza que llegó a

deformar su cara. Como el pequeño Christian Buddenbrook

sintió de nuevo el daño que causa la belleza y hasta que

punto la pasión aniquila el valor y las aptitudes tan

necesarias para la vida ordinaria.

Una cosa más antes de adentrarnos en la conversión.

Lewis pasó un tiempo más de religiosidad. Fue a los doce

años. en el colegio. No tengo noción de que lo haya pasado

peor nunca. En el colegio le enseñaron a rezar por medio del

temor a Dios. Dios se relacionaba con todo lo fantasmal, con

todo lo oculto y sobrenatural y yo tenía que llegar hasta

El. Fueron malos tiempo, qué largo oprobio. El pequeño

identificaba la comunión con Dios con el sentimiento extraño

de lo oculto. Pasaba noches en vela llorando en la cama

porque no surgía el sentimiento preciso y con su evidente

complicación. El tedio puso fin a esa etapa; el tedio con

todo lo que se refiriera a lo espiritual. Dios no tenía que

ver nada con la Alegría.

Nos situamos en un Lewis de 21 años terminando su

carrera de literatura inglesa. Tengo que omitir muchas

cosas. Las apariciones de la Alegría habían sido muchas pero

cada vez menos frecuentes. La búsqueda de la Alegría como un

objeto terminative y le llevaba a la región de la sequedad

rota. Ahora, tenía suficientes recursos para vivir sin

alteraciones ni desengaños. Bastaba con labrarse una imagen

razonable de las cosas que no admitieran preocupaciones de

rango superior. La Alegría sería -por mutuo acuerdo- una

simple experiencia estética, un aspecto común a todos los

hombres.

Nos situamos en Oxford, en el año 1919.

L A N U E V A I M A G E N

Me llevó más de un mes terminar este muro

y creía que no estaría a salvo hasta

que lo hubiera terminado.

DEFOE

Lo primero que tenía que desechar era el mundo futuro.

Sabía muy bien que el temor a la condenación, a un Dios

castigador, le había hecho sufrir indeciblemente. Todo el

tema de la inmortalidad empezó a serme enormemente

desagradable. Todos los pensamientos se deben limitar

Al mundo real, que es el mundo de todos nosotros

el lugar donde al final

encontramos o bien toda la felicidad o bien ninguna.

Se trataba de hacerse un mundo cómodo, realista, a

prueba de cualquier fanfarrón agitador de conciencias:

No estar demasiado enamorado de lo lejano,

no llevar la fantasía a su objetivo más distante.

Y una vez adoptadas estas premisas había que clasificar

y relativizar el fenómeno de la Alegría; todo debía estar

dominado, debía reinar la autarquía. La Alegría eran

símbolos que no pretendían ser más y que cada esfuerzo por

tratarlas como el deseo real pronto demostraban con toda

honestidad ser un fracaso. La Alegría fue etiquetada como

una experiencia que corraboraba la debilidad de nuestro

conocimento.

El estoicismo siempre aparece en estados en que es

preciso restablecer valores abandonados. Aquí llegó a través

de Bergson. Tenía el mundo material. Un buen modo de blandir

contra la Alegría era la existencia necesaria de Bergson.

Aceptar el universo sin reservas, lealmente. Esto iba a ser

la filosofía de la nueva imagen.

Bastaron unos días de tranquilidad para que su mejor

amigo se hiciera antroposofista. Y eso provocó la gran

contienda. Las discusiones fueron feroces. Nuestro

protagonista rechazaba cualquier concepción iluminista del

hombre. Pero de la contienda salió algo de provecho:

En primer lugar Barfield, El antroposofista, le refutó

su orgullo cronológico. Lewis no podía descalificar una

filosofía del pasado por ser del pasado.

En segundo lugar provocó un cambio, una brecha, en la

nueva imagen. Barfield le metió en una encerrona. Si

verdaderamente Lewis era realista no podía sostener ideas de

origen idealista o teísta. Si se acepta el universo de los

sentidos (como realidad inamovible), ayudado por

instrumentos y coordinado de tal forma que da lugar a la

ciencia, hay que ir mucho más lejos y adoptar una teoría de

la lógica, la ética y la estética que afecta al

comportamiento. Pero a mí eso me parecí increíble.

El realismo satisfacía en Lewis una necesidad

emocional. Quería que la naturaleza fuese totalmente

independiente de la observación humana, algo distinto,

indiferente, con vida propia.

Tenía que dejarlo, tenía que admitir que la mente no

era un epifenómeno recién llegado, que todo el universo era

en último extremo, mental, que nuestra lógica era la

participación de un logos cósmico.

Quería salvaguardar alguna necesidad en la naturaleza,

algún tipo de significado propio y no dejarla a espensas de

una ciencia como único foco de inteligibilidad. La salida

era el idealismo absoluto: Hegel. Y con Hegel llegaba el

Absoluto. El hegelianismo oxoniense tenía formas peculiares:

En aquella época había todo tipo de mantas, aislantes y

seguros que hacían posible aceptar todas las comodidades del

teísmo sin creer en Dios.

Un Absoluto inaccesible para la naturaleza humana;

porque es impersonal; es el fin del hombre pero no hay

acceso a El, porque entonces dejaríamos de ser hombres.

Deseando y sin esperanza. Amaban -como Spinoza- de tal forma

a su Dios que eran incapaces de desear incluso que El los

amara alguna vez.

Y aquí comienza el juego. La aceptación del idealismo

la va a llegar a un campo de batalla en el que sólo puede

ser espectador, o en el que todos sus movimientos resultarán

en su contra.

De la aceptación del idealismo se desprende el primer

pilar sólido de la conversión: Es más importante que exista

el cielo que el que alguno de nosotros lo alcance.

El gran pescador pescó su pez pero nunca pensé que el

anzuelo estuviese en mi boca. Bergson me había demostrado la

existencia necesaria y a través del idealismo me acerqué más

a comprender las palabras: Te damos gracias, Señor, por tu

Inmensa Gloria.

J A Q U E M A T E

El principio del Infierno es:

Yo soy mi dueño.

GEORGE MACDONALD

La conversión al teísmo era sólo una incoación. Había

un Ser que debía Inmensa Gloria por El Mismo. El Absoluto

-impersonal e inaccesible- existía. Poca idea nos podemos

hacer de El en un mundo de contradicción sujeto-objeto. Las

conciencias aspiran al Absoluto, pero vana es su aspiración.

En esta época Lewis evoca a los grandes teístas. Se dio

cuenta de que solamente los cristianos satisfacían esta

visión del mundo a través de la literatura. Pero los autores

cristianos eran buenos a pesar de eso. Osea, a pesar de ser

cristianos.

Los cristianos se equivocan

pero todos los demás son unos pelmazos.

Todos los libros empezaron a reunirse en mi contra.

Surgió una perturbación que anulaba las ideas anteriores. Si

los antiguos escritos eran igualmente válidos que los

contemporáneos, había que dar una explicación a los mitos

arcanos. La solución es bastante hegeliana: El mito

cristiano comunicaba a las mentes vulgares la filosofía del

Absoluto. Gracias a ellos se obtenía una forma simbólica de

la verdad.

A partir de este momento el estilo se vuelve impreciso.

Lewis comenta todo ésto como si alguien le estuviera

dirigiendo. No es que él estuviera pasivo; como se observa

su labor intelectual era continua, en tanto que emergía de

situaciones vitales. Lo que pasaba es que todos sus logros

se volvían en su contra, a cada paso que daba alguien le

empujaba en otra dirección; o, por lo menos en una dirección

que no era la prevista. Mi adversario empezó a hacer sus

últimos movimientos. Ni siquiera yo llevaba la iniciativa.

En esa figura del "adversario", incluye una partida de

ajedrez donde él sólo contempla los movimientos de un rival

definitivamente superior a él. Conoce, en estas

circunstancias, a Tolkien.

PRIMER MOVIMIENTO, Reina o Torre

El Hipólito de Eurípides le lleva a la consideración

del fin del mundo. Aquella idea empezó a angustiar el alma

de Lewis. Me gustaba pero no la admitía. Intentaba

fomentarlo pero al día siguiente estaba hundido. La

inmortalidad, el premio, el castigo, le infundían un temor

de desesperanza, y le anulaba para vivir la vida real. Una

vez más le habían dejado solo, sin armas: El seco desierto

quedó atrás, y una vez más estaba en la tierra del deseo,

con el corazón destrozado y exaltado al mismo tiempo. La

inmortalidad era una idea muy sugestiva -era un inmenso tema

mítico- pero aceptarla era perder el dominio sobre sí.

SEGUNDO MOVIMIENTO, Jaque al Rey que cubre la Reina

Esta vez fue un libro temático de filosofía: El

disfrute y la contemplación de Alexander. El golpe es

sencillo; el disfrute y la contemplación de las

activividades interiores son incompatibles. No se puede

esperar y pensar en la esperanza al mismo tiempo, porque en

la esperanza observamos su objeto lo cual se interrumpe al

volvernos para observar la esperanza misma. Es la distinción

de ver la lupa para fijarnos mejor en un objeto, o fijarnos

en el cristal de la lupa para ver si está sucia. Aquí halló

la clave para explicar la Alegría. El gran error era

confundir el mero sentimiento de la Alegría, rastro o

subproducto, con las actividades que lo producen. No había

duda de que la Alegría era un deseo. Y en la medida de que

era un tipo de bien era un tipo de amor. Pero un deseo no se

vuelve a sí mismo sino a su objeto, debe todo lo que es a su

objeto. La forma de lo deseado está en el deseo. Es el

objeto lo que hace que el deseo sea agrio o dulce, vulgar o

selecto, elevado o bajo. La Alegría proclamaba

inexorablemente: Tú lo que quieres (yo sólo soy tu deseo) es

otra cosa fuera de tí, ni a tí ni a ningún estado tuyo.

El golpe fue asestado con dureza; la Reina se perdió

para siempre. La Alegría no era nada en sí misma. Su valor

era ser anuncio de lo completamente otro. Su actividad

reflexiva e abundantemente introspectiva le llevaba a matar

la naturaleza de la Alegría. Pero el deseo en sí mismo tenía

un valor evocador, era un principio extático, un camino que

se perdía detrás de una loma que invitaba a traspasarla, a

caminar hasta el final. La Alegría perdió de inmediato todo

carácter de estado mental o psicológico que le había llevado

al solipsismo. Pero el descubrimiento no fue festivo. De

nuevo, como las primers veces, fue extrañamente doloroso.

Alguien le estaba haciéndose desprender de todas las armas

que se había procurado. Aún le quedaba la gran coraza, pero

estaba totalmente solo. La primera reacción fue -como es

costumbre- el miedo: Esto me llevó a la región del miedo

porque acabé comprendiendo que en la soledad más absoluta

hay un camino que lleva directamente fuera de uno mismo; un

comercio con algo que, al negarse a identificarse con

cualquier objeto perceptible por los sentidos, o en

cualquier cosa de la que tengamos una necesidad biológica o

social, o cualquier cosa imaginada, o con cualquier estado

mental, afirma ser meramente objetivo, mucho más objetivo

que los cuerpos porque no está, como ellos, revestido con

nuestros sentidos: el otro, desnudo, sin figura,

desconocido, infinito, deseado.

TERCER MOVIMIENTO, el último Alfil, perdido

Era el momento de dejar claro el significado de la

Alegría en el nuevo marco de la filosofía idealista. La

Alegría tendrían que ser los momentos de conocimiento más

claros en los que el hombre se daba cuenta de su naturaleza

fragmentaria y fantasmal. De ahí su carácter doloroso: se

sufre por esa tensión imposible, por esa reunión, que nos

aniquilaría. La Alegría es la expresión del anhelo infinito

de comunión con el Absoluto que a la vez es imposible;

sufrimos por ese despertar contradictorio consigo mismo que

revelaría, no que habíamos tenido, sino que éramos un sueño.

La Alegría era la intuición vital que manifestaba que era

más importante que existiera el cielo a que entráramos en él

en algún momento.

Prefiguraba el momento en que me vería obligado a

tomarme mi filosofía más en serio. No lo había previsto.

Pensaba que perdía un peón cuando quedaba nada para el jaque

mate.

CUARTO MOVIMIENTO, Jaque Mate

Nos acercamos al final. Nada parece que el encuentro

esperado sea la felicidad; más bien lo que resume el proceso

es resignación dolorosa, casi coaccionada. Al menos había un

consuelo. La angustia aumentaba, pero paulatinamente el

temor disminuía; aumentaba la angustia porque no podía

explicar el Absoluto. Lewis decidió aguar el hegelianismo y

hacerse un berkelianismo a su manera. Distinguía al Dios

popular del filósofico. Lewis lo explica al modo literario:

Tenía las mismas posibilidades que tiene Hamlet del hablar

con Shakespeare que yo de hablar con Dios.

Un suceso tonto, la conversación con un ateo

convencido, metió el dedo en la llaga. Es extraño - decía el

ateo convencido - esas majaderías sobre el Dios que muere.

Extraño, casi parece que hubiera sucedido al guna vez.

Y antes de que Dios se cerniera sobre él, se le

ofreció un momento de elección absoluta: Digo elegí, aunque

no parecía realmente elegir lo contrario. Por otro lado

tampoco tenía motivos. Igual no fue un acto libre, pero

aquello estuvo más cerca de ser un acto totalmente libre que

ninguno que hubiera hecho. La necesidad no tiene por qué ser

el contrario de la libertad y quizás el hombre es más libre

cuando, en vez de manifestar sus motivos, puede decir: Soy

lo que hago.

Fue subiendo al autobús. En un momento se le dio a

entender que eligiese: Que abandonase su coraza de hierro,

se desatase de sus correas, que saliera, o que se quedara

dentro para siempre. Es difícil saber a qué se refiere

Lewis. Quizá se parezca a lo que los entendidos llaman

decisión fundamental. Como un punto de inflexión el la vida

del hombre en que elige absolutamente su destino. Pero en

este caso no elegía nada. Decidió, simplemente, salir,

desencorsetarse; Y eligió sobre sí mismo, con una extraña

necesidad, tirar su coraza. La sensación que sigue fue

todavía más extraña: Tenía la sensación del hombre que se

derrite, del hombre de nieve. Y no había, contra toda

figuración, el mínimo deleite: Aquella sensación me

disgustaba profundamente. La figura del hombre de nieve no

es original. También Charles Ryder en el momento anterior a

la conversión tuvo una sensación parecida. Todo nos hace

recordar a Isaías: Tú, Señor, eres nuestro Padre y nuestro

Redentor, desde la eternidad es tu nombre. ¨Por qué, Señor,

nos dejaste desviar de tus caminos, endureciste nuestro

corazón para que no te temiésemos? Vuélvete a nosotros, por

tus siervos a la tribu de tu heredad. ­Oh, si rompieras los

cielos, y descendieras! A tu presencia los montes se

derritirían; descendiste, y a tu presencia los montes se

derritieron.

Cliff estaba totalmente a espensas del enemigo. La

zorra había sido expulsada del bosque hegeliano, perseguida

por Platón, Tolkien, McDonald, Dante, la Alegría...

Por fin le pareció que esa convicción teísta tenía que

traducirse de alguna manera en la práctica; la razón teórica

aparece en la conciencia intelectual como generalidad

abstracta; tal generalidad no es principio de moviemiento,

pero para que se contemple en la razón práctica, como un

principio de la conciencia vital, tiene que mediar la

voluntad, y eso significa que debe haber compromiso

personal: hacía tiempo que cierta ética (teóricamente), se

unía a mi idealismo. Por fin me enfrenté a algo que yo, ni

más, ni menos, ni otro, tenía que hacer: tenía que tender a

la virtud total.

Pero mi nombre era legión. Un joven ateo no puede

defender su fe con demasiado rigor.

Es decir, estaba absolutamente paralizado. No parecía

haber salida hacia atrás; y hacia delante no conocía el

terreno ni estaba preparado para ello. No podía explicar

nada sin recurrir al Espíritu. El idealismo se puede hablar

y se puede sentir pero no se puede vivir. Seguir pensando en

el Espíritu como algo que bien ignoraba, bien se mantenía

pasivo ante mi acercamiento, se convirtió en algo claramente

absurdo. Si mi filosofía era verdad, no podía tener yo la

iniciativa. Para que Hamlet pueda hablar con Shakespeare, el

mismo autor tendría que introducirse como un personaje en la

tragedia. El personaje "Shakespeare" tendría que empezar a

hablar con Hamlet.

Y así fue. Cliff temía que si creía realmente en un

Dios o Espíritu se desarrollaría toda una situación nueva;

Un teorema filosófico aceptado cerebralmente empezó a

agitarse, levantarse y quitarse el sudario. No se me

volvería a permitir jugar con la filosofía. Mi adversario

renunció a esto. Se limitó a decir: Yo soy el Señor, Yo soy

el que Es, Yo Soy.

Hacia la festividad de la Trinidad del 29 cedí, admití

que Dios era Dios y, de rodillas, recé. Quizá fuera aquella

noche el converso más desalentado y remiso de toda

Inglaterra.

Hay que volver atrás. Hay que recordar los esfuerzos

que había hecho para labrar su nueva imagen, el gran muro

que había construido en derredor suya. Un muro que respondía

a su máxima aspiración, que nada ni nadie se entrometieran

en su vida. Había querido (absurdo deseo) considerar mi alma

mía. Mi nueva imagen contenía, incluso, la virtud sin llegar

a lo doloroso, sería razonable. Ahora mi ideal llegó a ser

una obligación. Dios era la razón misma, pero no dio la

seguridad de que fuera razonable.

El último cambio no era la pérdida de un peón, no era

la aceptación de una condición. Se exigía el sometimiento

total, el salto absoluto en el vacío. La realidad con la que

no se puede pactar estaba toda sobre mí. la exigencia ni

siquiera era todo o nada. Creo que esto ya había pasado en

el piso de arriba del autobús, cuando desabroché mi armadura

y el hombre de nieve se empezó a derretir. Ahora la

exigencia era simplemente `todo'.

El converso más desalentado y remiso de Inglaterra.

¨Quién puede adorar a ese amor que abrirá la puerta

principal a un pródigo que traen revolviéndose, luchando,

resentido y mirando a todas direcciones buscando la

oportunidad de escapar?

La dureza de Dios es más agradable que la amabilidad de

los hombres y su coacción es nuestra liberación.

E L P R I N C I P I O

La conversión había sido al teísmo. No conocía la

doctrina de la Iglesia, no conocía nada de la Encarnación.

Al Dios que se sometió, simplemente no era humano.

Pudiera pensarse que la llegada tan deseada a la patria

caliente se estaba celebrando con un carnero cebado, que

llevaba traje talar y anillos en el dedo, o incluso que

estaba perfumado con las más olorosas esencias. Esta vez no

fue así. Cuando fui empujado por la puerta no salía ninguna

melodía dentro. Ningún tipo de deseo estaba presente. ¨Y la

Alegría? ahora sí, diría alguien, estaría satisfecho el

deseo más preciado. Tampoco se admitiría esa respuesta: No

se me concedió ni la más sutil alusión a que alguna vez

habría alguna relación entre Dios y la Alegría. De haber

algo fue lo contrario.

La consideración de un futuro absoluto, de la

inmortalidad, aún no había llegado. Si esta cuestión fue

relevante para su conversión lo fue negativamente. La

conversión al teísmo no había supuesto creer en una vida

futura. De hecho, no la necesitaba. Había que obedecer a

Dios sólo porque El era Dios. No había ningún reparo en

obedecerle por su propia dignidad. Conocer a Dios es saber

que nuestra obediencia se debe dirigir a El. En su

naturaleza se revela su soberanía de juez. Me hizo conocer

la soberanía de jure antes que el poder, el derecho, antes

que el deber. Dios es tal que si per imposibile su poder

desapareciera permaneciendo el resto de sus atributos, de

tal forma que se privara del derecho supremo al deber

supremo, aún le deberíamos el mismo tipo y grado de

obediencia que ahora.

Es obvio que Dios alfa no debe separarse de Dios omega.

Dios es principio de todas las cosas, es omnipotente por su

propia naturaleza, por ser El quien es. Pero Dios es también

es sentido, también es omega. Si Dios sólo es creador

omnipotente pero no es bueno, deja de ser Dios; no hay

principio para la esperanza. Dios es responsable del ser de

las cosas y del deber ser, de la facticidad y de la justicia

simultáneamente. Pero aquí se alude a un imposible, a una

separación, que aclara el sentido de nuestras exigencias

morales. Me parece que Lewis quiere resaltar que la

ordenación a Dios de todas las cosas no es extrínseca a

ellas. Es más, es el único modo de atender en su verdadero

significado a los novísimos en nuestra condición itinerante.

Sólo si Dios es alfa puede ser omega con todo derecho. Es

decir el culto que debe el hombre a Dios, el amor, se lo

debe de jure; sólo y simplemente por ser Dios, por sí mismo.

Si no es así se desvirtúa el sentido de la caridad, y de la

frase es más importante que exista el cielo , que alguno de

nosotros llegue a él. Por otro lado es verdad decir que la

propia naturaleza de Dios es el verdadero cumplimiento de

sus órdenes, sin embargo, el entenderlo debe llevarnos al

final, a la conclusión de que la unión con esa naturaleza es

nuestro bien y el alejamiento del miedo. Así tiene cabida el

cielo y el infierno. Pero muy bien podría ser que pensar

demasiado en ellos, excepto en este contexto teórico,

hipostasiarlos como si tuvieran un significado sustancial, a

parte de la presencia y ausencia de Dios, corrompe la

doctrina sobre ambos y nos corrompe a nosotros cuando

pensamos así sobre ellos. Por fin, había llegado a la

consideración de la inmortalidad, sin la presencia del

miedo, en su verdadero sentido. El Cielo es la presencia y

la comunión con Dios, principio y fin de los hombres; el

Infierno es la ausencia de Dios y el aislamiento absoluto:

soy dueño de mí mismo.

El principio del cambio va a suponer una alteración en

el estilo del autor. Sobre esta etapa tengo muchos menos

datos. Creer y orar fueron el principio de la extroversión.

Me habían hecho salir de mismo. Por desgracia la

capacidad fenomenológica va a disminuir. La última parte de

la conversión tiene menos connotaciones subjetivas; antes le

llegaban a la memoria con una intensidad notable. Veremos si

esto pudiera oscurecernos el último sentido de la Alegría.

No hay que desesperarse.

Esta última parte es la conversión de el teísmo a

alguna religión. Cliff creía ya en Dios, pero tenía que

determinar sus exigencias morales y de culto a Dios. Y el

hombre se determina culturalmente. Hay que buscar una

religión en el amplio panorama cultural: La asombrosa

multiplicidad de religiones empezó a ordenarse sola. Aquel

ateo y la presión de Barfield por el respeto del mito pagano

me habían dado la solución. No me plantearía volver al

paganismo primitivo sin teología moral. El Dios que al fin

confesaba era uno y justo. El paganismo sólo había sido una

infancia de la religión. ¨Dónde había despertado? ¨Dónde se

encontraba adulta? Sólo había dos respuestas: cristianismo e

hinduismo.

Nos introducimos en una elección apasionante.

Difícilmente se encontrará contra ejemplo. Habíamos dicho

que Lewis era un conocedor perfecto de los mitos nórdicos,

irlandeses, gaélicos, germánicos; sabía griego y había

estudiado a los clásicos; también latín y conocía a Virgilio

casi de memoria. Era como él mismo se denomina un

filomitómano. El mito pertenece a la literatura noble y se

distingue de todas. Su concepción del mito le hizo favorable

su elección.

El hinduismo parecía una coexistencia de la filosofía y

paganismo, más que una madurez. Tenía elementos de

salvación, de moral y de culto, pero sólo se realizaba en

unos pocos experimentados esotéricos. El hinduísmo perdía

puntos a primera vista. No tenía la concepción histórica que

el cristianismo.

Aquí entra en juego la concepción mítica. Vamos a

resumir el concepto que tiene Lewis del mito. El mito es una

historia que tiene las siguientes características: es

esencialmente extraliterario, el argumento tiene un valor en

que le hace independiente del modo de expresarlo; el

resumen es igualmente interesante que el desarrollo poético.

Que esté dicho o escrito bellamente es accidental para el

mito. Por otro lado el poder que depara no depende de

recursos narrativos como el suspense o la sorpresa; el mito

consiste en el contacto con un objeto inagotable de

contemplación. Desde la primera que lo escuchamos nos parece

inagotable, y somos capaces de volver a él

interminablemente. La identificación desempeña un papel muy

reducido; apenas nos proyectamos en los personajes; su

atractivo no consiste en eso. El mito siempre es fantástico,

trata de cosas imposibles o sobrenaturales; no nos

preguntamos que pierda valor por ser un contenido irreal.

Las experiencias que se transmiten pueden ser tristes o

regocijantes pero siempre son serias; no existen los mitos

cómicos. Y además nos infunden un temor reverencial, es como

si se nos comunicara algo trascendente. Esta descripción de

los mitos se basa en los efectos que producen en nosotros;

para unas personas son mitos lo que no son para otras: el

mito depende de la capacidad de contemplación del que lo

escucha. La persona que accede por primera vez a un mito,

mediante un relato pobre, vulgar o cacofónicamente escrito,

deja de lado y no presta atención al mal estilo para

concentrarse sólo en la significación que descubre en el

mito. Está contenta de tener el mito cualquiera que sea su

expresión verbal. El amante de los mitos se concentra en los

hechos, pero será capaz de emocionarse con el mito durante

toda su vida. Intentar leer un mito `porque nos dice cosa

útiles para la vida' es alejarse de él. El valor del mito

consiste en que no se puede usar; si se usa es de modo

extrínseco. Del mito sólo se debe recibir. Su valor está en

la contemplación de los sucesos, que consideramos tienen

valor por sí mismos: podemos cambiar el estilo pero sería un

asesinato alterar los hechos.

Con este planteamiento, Cliff fue a los Evangelios: Los

Evangelios no tienen el gusto mítico. Sin embargo el mismo

tema que tratan de esa forma suya, histórica y poco

artística (esos judíos mezquinos, poco atractivos, demasiado

ciegos ante la riqueza mítica del mundo pagano que tiene

alrededor) era precisamente el tema de los grandes mitos. Si

alguna vez un mito se hubiera encarnado en la realidad sería

exactamente como éste. Y no había nada como los Evangelios

en toda la literatura. En cierto modo los mitos se parecían

a ellos. De otra forma también la historia se les parece.

Pero no había nada que fuera exactamente como ellos. Y no

había una persona que fuese lo que estos describen tan real,

tan reconocible, a través del tiempo. Como el Sócrates de

Platón y sin embargo tan numínico, iluminado por una luz de

más allá del mundo, un dios. Pero si era un dios como ya no

volveremos a ser politeíatas, no era un dios, era Dios. Aquí

y sólo aquí el mito podría haberse hecho realidad; el Mundo,

carne; Dios, hombre. Esto no era una `religión' ni una

`filosofía'. Es la unión y actualización de todas ellas.

Son los últimos prolegómenos a la conversión al

cristianismo. Pero como en todas las ocasiones no llevaba él

la iniciativa: A medida que me acercaba a la conclusión

sentía una resistencia. Tan fuerte pero de menor duración

porque lo entendía mejor. A cada paso uno tenía menos

oportunidades de decir que "su alma era suya".

El último paso era aceptar la Encarnación. ­Oh, si

rompieras los cielos y descendieras! A tu presencia los

montes se derritirían; descendiste, y a tu presencia los

montes se derritieron. Si era algo que él mismo no había

querido, tenía que llegar ella misma; la creencia voluntaria

no es la fe. La fe debe ser un regalo. Me llevaban a

Whipsnade una mañana soleada. Cuando salimos no creía que

Jesucristo fuera el Hijo de Dios. Cuando llegamos, sí.

Así lo deja caer Cliff. Se trata de un momento tan

ambiguo como el del autobús,. Las palabras le impiden

hablar; la explicación categorial lo intenta pero nada

logra. Sólo se puede recurrir a la alegoría. No me había

pasado todo el camino sumido en mis pensamientos. Tampoco

hubo quietud. Era como si un hombre después de haber estado

durmiendo, se queda en la cama inmóvil, dándose cuenta de

que está ya despierto. Tampoco hubo inquietud. Ya no se

trata de un estado mental o emocional, porque semejante

cambio no dependía de él. Tampoco fue un cambio desde el

exterior. Fue él mismo el que asintió: ¨Libertad o

necesidad? ¨O difieren hasta el extremo? En este extremo un

hombre es lo que hace. No hay nada en él que quede por

encima o fuera del acto.

Estos son los momentos destacados de esta biografía.

Los franceses nos han acostumbrado a que sobresalieran

éxtasis de convulsión emocional, arrobamientos personales,

sentimientos temblorosos de unión con lo más grande y

universal, afectivadades inflamadas hasta casi reventar de

sonrojo, felicidades instantáneas, esnérgicas y verticales.

Pero esas experiencias también pueden explicarlas los

drogadictos y algunos alcohólicos. Entonces es cuando

empezamos a sospechar que el deseo y la inquietud protestan

demasiado para que se les crea, que la pasión o férrea

decisión son en parte mera envoltura, estímulos que nos

prometen algo, aunque no sepamos qué pueda ser ese algo. De

que es más importante que exista el cielo que alguno de

nosotros lleguemos a él.

En el lenguaje poético de d'Ors:

Entre el oro feliz que multiplican

los miroirs, fluye dulce, fluvial, la melodía

de las flautas. Ondulan, trinan, alzan

purísimos jardines -Scarlatti-,

paraíso cerrado para pobres.

Pero si a todo esto cunde por la exquesita

penumbra un no sé qué de olor a chamusquina,

e irrumpe como un toro en el salón

un humo que no estaba en el progama,

y vigoroso turba los reinos de la -­FUEGO!,

­EN EL BUDOIR!..., veremos entonces dónde paran

pelucas miriñabros candelaques

y tanta Melodiosa Cadencia del Caraxo.

Odio la alegoría

y lamento ponerme así de valenciático,

pero a veces qué inútiles, madame,

qué míseras las flautas.

E P I L O G O A R D U O

Hay que hacer un esfuerzo para contentar la curiosidad

y completar el verdadero sentido de la Alegría. El tema de

la Alegría ha perdido todo interés desde que me convertí al

cristianismo. Creo (si es que vale la pena recordarlo) que

el antiguo estremecimiento, la antigua mezcla agridulce, me

ha llegado desde mi conversión con mayor frecuencia que en

ninguna otra época de mi vida.

Tal experiencia sólo tenía valor como indicio de algo

distinto y externo. Mientras esa otra cosa quedaba en duda,

el indicio aparecía inmenso en mis pensamientos.

Cuando nos paramos en el bosque, ver un letrero es muy

importante. Toda la pandilla se reúne a su alrededor y

contempla. Pero cuando hayamos encontrado la carretera y

pasamos los letreros no nos paramos a mirar. Aunque los

postes fueran de plata y las letras de oro.

Por supuesto no es que no me pille a menudo parándome a

contemplar esos postes a lo lado de la carretera o incluso,

objetos de menor importancia

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