Por tanto en nuestro interior
hay todo un mundo de amor a algo,
aunque no sepamos qué pueda ser ese algo.
HERBERT
Pero a veces qué inútiles, madame,
qué míseras las flautas.
M.D'ORS
P O S I B L E I N T R O D U C C I O N
Estamos acostumbrados a hablar de la experiencia
estética como si habláramos de un paisaje o de un acto
cognoscitivo. Siempre la aislamos -maldita tendencia de la
mente- y la contemplamos lineal y rota. Pero cualquier
experiencia estética ha pertenecido a un sujeto, ha sido
manifestación de un contenido, y ha formado parte de una
biografía. Mi propósito aquí será verla desde el difícil
proceso de una conversión, como su hilo conductor.
Difícilmente se encontrarán aquí expresiones teóricas,
o universales. No es esa la intención. No hay propósito de
análisis. Sólo queremos ilustrar, señalar con el dedo -diría
Heráclito-, cuando veamos un bosquejo o una aproximación.
Simplemente, y que me perdone el autor, he sonsacado textos
de un libro y los he puesto en relación. Sin embargo no ha
sido tarea fácil; me ha visto obligado a tachar y dejar de
escribir muchas veces; el intento de dar luz sobre algún
aspecto era ocasión de emborrono con la misma expresión: es
la paradoja del iniciado. No me he atrevido a ofrecer
ninguna conclusión definitiva, en todo caso un arduo
epílogo.
Elegí a Lewis porque era muy culto y era inglés. No
dejó la lectura hasta su muerte. Como buen inglés odiaba
todo lo que había tardado en abandonar, odiaba todas sus
herejías. Y una de esas herejías era el sentimentalismo: La
creencia vital de que es más importante lo que nos produce
una cosa que la cosa misma. Esto fue su calvario y su
abandono, la salvación. Y esto es importante al hablar de
materia vital y la experiencia estética lo es. Por desgracia
sobre este tema tienen la delantera los franceses y todo
está indecorosamente plagado de sentimientos y afectaciones
inútiles. El sentimiento en cuestiones tan delicadas,
perturba. Quizá en el marco de una vida, de una conversión,
aprendamos más sobre la experiencia estética que con
múltiples teóricas desafortunadas o extraños sentimientos
idolatrados.
Si hay algo de bueno o provechoso en el trabajo de debe
al azar y a la aguda pluma de Lewis. Lo malo, redundante y
plomizo corre, por supuesto, de mi cuenta.
* * *
Todas las citas están temerariamente sacadas de
Cautivado por la Alegría, historia de mi conversión,
Encuentro Ediciones, 1989. También de Crítica literaria: Un
experimento, Antoni Bosch, Editor, 1982. Principalmente como
ayuda en la parte en que se desarrolla el mito. También de
La Abolición del hombre, del cual no tengo referencia
bibliográfica sino una traducción fotocopiada.
S U R P R I S E D B Y J O Y
Cliff Staples Lewis nació en Irlanda, hijo de pastor
protestante. No tuvo una educación puritana. Tuvo sí, una
educación religiosa. Pero tal como él lo recuerda no tuvo
raíces. Las costumbres y los deberes religiosos eran para él
otro juego, otra costumbre social que despreciaba con todas
sus fuerzas. Pronto aprendió a aislarse. En la muerte de su
madre rezó por primera vez con cierta seriedad. Pero rezaba
a un Mago, a Alguien que quizá podría hacer algo. No rezaba
a Dios. Rezaba si acaso a mi idea de Dios. Que el Mago no
hiciera caso a sus plegarias le pareció normal. Estaba
acostumbrado a que la vida real -la vida de los hechos- le
defraudara. Lewis alimentó de pequeño una tendencia
pesimista. Al mismo tiempo era extraordinariamente
imaginativo. Quizá per hoc quod la realidad siempre era
piedra de choque desagradable.
Lo que recuerda con mayor nitidez es algo destacable.
Se trata -él mismo lo cuenta así- de tres arrebatos de gran
intensidad, y por ello cortos como un instante. Una clásica
theia mania. El los va a llamar arrebatos de la Alegría. Son
muy similares a como aparecen en los manuales de estética.
Un simple juguete, un paisaje y unos versos de la mitología
nórdica producen un deseo común que le dejan aturdido en los
primeros años de la conciencia. Instantáneamente fui elevado
a las amplias regiones del cielo nórdico y deseé con una
intensidad enfermiza algo indescriptible (sólo puedo decir
que es frío, amplio, violento y lejano) y luego me encontré
en el mismo instante fuera de aquel deseo y deseando volver
a él. Nada más claro y a la vez más oculto, diría Platón.
Como diría Sebastian, bañarse en miel sin piel.
Esta experiencia -si se quiere llamar de lo sublime-
será una nota común de su biografía. Pero en cada época de
distinto modo. Y, por supuesto, formara parte de la
conversión aunque de manera muy distinta a lo que uno se
puede figurar.
Lewis bautiza este deseo como "joy". La traducción
española -acertada, a mi gusto- es la Alegría. Es un deseo
totalmente distinto al jorismós griego. Es un deseo deseable
por sí mismo: La verdadera naturaleza de la Alegría hace
inútil nuestra diferenciación entre querer y tener. Tener es
querer y querer es tener. No se trata de un binomio
dialéctico, donde es necesario la copulativa para la
superación. Se trata de un terreno donde, más bien, reina la
identidad, no monádica, sino la identidad como lo anterior,
como el principio, lo originario; una aproximación es el "yo
soy yo", primer principio fichteano. En fin, un no sé qué
que quedan balbuciendo aquellos antropoides.
Un deseo insatisfacible que es en sí mismo más deseable
que cualquier otra satisfacción. No es la felicidad o el
placer. La Alegría tiene una característica y sólo una en
relación con la felicidad o con el placer: el hecho de que
quien la haya experimentado, deseará que vuelva. No se trata
sin más de una aflicción o de una falta de plenitud, porque
en cualquier caso se deseará tenerla. Dudo de que cualquiera
que la haya experimentado la cambiase, si ambas cosas
estuvieran en su poder, por todos los placeres del mundo.
Pero la Alegría nunca está en nustras manos y el placer a
menudo, sí.
A raíz de estas experiencias la Alegría llegó a ser
para Lewis, un chico tímido e introspectivo, la actividad
más importante de su mundo interior, su tesoro. Y eso
provocó una dualidad tan grande entre su mundo y el mundo de
los adultos que no superó hasta los 18 años, gracias a la
novela Phantases. La Alegría, hasta entonces, estaba fuera
del alcance de cualquier coordenada reslista. Aquel deseo
insaciable abría brecha entre dos mundos. El mundo de la
Alegría se alimentaba de la mitología nórdica, y el mundo
real -el mundo empírico- de una tristeza que llegó a
deformar su cara. Como el pequeño Christian Buddenbrook
sintió de nuevo el daño que causa la belleza y hasta que
punto la pasión aniquila el valor y las aptitudes tan
necesarias para la vida ordinaria.
Una cosa más antes de adentrarnos en la conversión.
Lewis pasó un tiempo más de religiosidad. Fue a los doce
años. en el colegio. No tengo noción de que lo haya pasado
peor nunca. En el colegio le enseñaron a rezar por medio del
temor a Dios. Dios se relacionaba con todo lo fantasmal, con
todo lo oculto y sobrenatural y yo tenía que llegar hasta
El. Fueron malos tiempo, qué largo oprobio. El pequeño
identificaba la comunión con Dios con el sentimiento extraño
de lo oculto. Pasaba noches en vela llorando en la cama
porque no surgía el sentimiento preciso y con su evidente
complicación. El tedio puso fin a esa etapa; el tedio con
todo lo que se refiriera a lo espiritual. Dios no tenía que
ver nada con la Alegría.
Nos situamos en un Lewis de 21 años terminando su
carrera de literatura inglesa. Tengo que omitir muchas
cosas. Las apariciones de la Alegría habían sido muchas pero
cada vez menos frecuentes. La búsqueda de la Alegría como un
objeto terminative y le llevaba a la región de la sequedad
rota. Ahora, tenía suficientes recursos para vivir sin
alteraciones ni desengaños. Bastaba con labrarse una imagen
razonable de las cosas que no admitieran preocupaciones de
rango superior. La Alegría sería -por mutuo acuerdo- una
simple experiencia estética, un aspecto común a todos los
hombres.
Nos situamos en Oxford, en el año 1919.
L A N U E V A I M A G E N
Me llevó más de un mes terminar este muro
y creía que no estaría a salvo hasta
que lo hubiera terminado.
DEFOE
Lo primero que tenía que desechar era el mundo futuro.
Sabía muy bien que el temor a la condenación, a un Dios
castigador, le había hecho sufrir indeciblemente. Todo el
tema de la inmortalidad empezó a serme enormemente
desagradable. Todos los pensamientos se deben limitar
Al mundo real, que es el mundo de todos nosotros
el lugar donde al final
encontramos o bien toda la felicidad o bien ninguna.
Se trataba de hacerse un mundo cómodo, realista, a
prueba de cualquier fanfarrón agitador de conciencias:
No estar demasiado enamorado de lo lejano,
no llevar la fantasía a su objetivo más distante.
Y una vez adoptadas estas premisas había que clasificar
y relativizar el fenómeno de la Alegría; todo debía estar
dominado, debía reinar la autarquía. La Alegría eran
símbolos que no pretendían ser más y que cada esfuerzo por
tratarlas como el deseo real pronto demostraban con toda
honestidad ser un fracaso. La Alegría fue etiquetada como
una experiencia que corraboraba la debilidad de nuestro
conocimento.
El estoicismo siempre aparece en estados en que es
preciso restablecer valores abandonados. Aquí llegó a través
de Bergson. Tenía el mundo material. Un buen modo de blandir
contra la Alegría era la existencia necesaria de Bergson.
Aceptar el universo sin reservas, lealmente. Esto iba a ser
la filosofía de la nueva imagen.
Bastaron unos días de tranquilidad para que su mejor
amigo se hiciera antroposofista. Y eso provocó la gran
contienda. Las discusiones fueron feroces. Nuestro
protagonista rechazaba cualquier concepción iluminista del
hombre. Pero de la contienda salió algo de provecho:
En primer lugar Barfield, El antroposofista, le refutó
su orgullo cronológico. Lewis no podía descalificar una
filosofía del pasado por ser del pasado.
En segundo lugar provocó un cambio, una brecha, en la
nueva imagen. Barfield le metió en una encerrona. Si
verdaderamente Lewis era realista no podía sostener ideas de
origen idealista o teísta. Si se acepta el universo de los
sentidos (como realidad inamovible), ayudado por
instrumentos y coordinado de tal forma que da lugar a la
ciencia, hay que ir mucho más lejos y adoptar una teoría de
la lógica, la ética y la estética que afecta al
comportamiento. Pero a mí eso me parecí increíble.
El realismo satisfacía en Lewis una necesidad
emocional. Quería que la naturaleza fuese totalmente
independiente de la observación humana, algo distinto,
indiferente, con vida propia.
Tenía que dejarlo, tenía que admitir que la mente no
era un epifenómeno recién llegado, que todo el universo era
en último extremo, mental, que nuestra lógica era la
participación de un logos cósmico.
Quería salvaguardar alguna necesidad en la naturaleza,
algún tipo de significado propio y no dejarla a espensas de
una ciencia como único foco de inteligibilidad. La salida
era el idealismo absoluto: Hegel. Y con Hegel llegaba el
Absoluto. El hegelianismo oxoniense tenía formas peculiares:
En aquella época había todo tipo de mantas, aislantes y
seguros que hacían posible aceptar todas las comodidades del
teísmo sin creer en Dios.
Un Absoluto inaccesible para la naturaleza humana;
porque es impersonal; es el fin del hombre pero no hay
acceso a El, porque entonces dejaríamos de ser hombres.
Deseando y sin esperanza. Amaban -como Spinoza- de tal forma
a su Dios que eran incapaces de desear incluso que El los
amara alguna vez.
Y aquí comienza el juego. La aceptación del idealismo
la va a llegar a un campo de batalla en el que sólo puede
ser espectador, o en el que todos sus movimientos resultarán
en su contra.
De la aceptación del idealismo se desprende el primer
pilar sólido de la conversión: Es más importante que exista
el cielo que el que alguno de nosotros lo alcance.
El gran pescador pescó su pez pero nunca pensé que el
anzuelo estuviese en mi boca. Bergson me había demostrado la
existencia necesaria y a través del idealismo me acerqué más
a comprender las palabras: Te damos gracias, Señor, por tu
Inmensa Gloria.
J A Q U E M A T E
El principio del Infierno es:
Yo soy mi dueño.
GEORGE MACDONALD
La conversión al teísmo era sólo una incoación. Había
un Ser que debía Inmensa Gloria por El Mismo. El Absoluto
-impersonal e inaccesible- existía. Poca idea nos podemos
hacer de El en un mundo de contradicción sujeto-objeto. Las
conciencias aspiran al Absoluto, pero vana es su aspiración.
En esta época Lewis evoca a los grandes teístas. Se dio
cuenta de que solamente los cristianos satisfacían esta
visión del mundo a través de la literatura. Pero los autores
cristianos eran buenos a pesar de eso. Osea, a pesar de ser
cristianos.
Los cristianos se equivocan
pero todos los demás son unos pelmazos.
Todos los libros empezaron a reunirse en mi contra.
Surgió una perturbación que anulaba las ideas anteriores. Si
los antiguos escritos eran igualmente válidos que los
contemporáneos, había que dar una explicación a los mitos
arcanos. La solución es bastante hegeliana: El mito
cristiano comunicaba a las mentes vulgares la filosofía del
Absoluto. Gracias a ellos se obtenía una forma simbólica de
la verdad.
A partir de este momento el estilo se vuelve impreciso.
Lewis comenta todo ésto como si alguien le estuviera
dirigiendo. No es que él estuviera pasivo; como se observa
su labor intelectual era continua, en tanto que emergía de
situaciones vitales. Lo que pasaba es que todos sus logros
se volvían en su contra, a cada paso que daba alguien le
empujaba en otra dirección; o, por lo menos en una dirección
que no era la prevista. Mi adversario empezó a hacer sus
últimos movimientos. Ni siquiera yo llevaba la iniciativa.
En esa figura del "adversario", incluye una partida de
ajedrez donde él sólo contempla los movimientos de un rival
definitivamente superior a él. Conoce, en estas
circunstancias, a Tolkien.
PRIMER MOVIMIENTO, Reina o Torre
El Hipólito de Eurípides le lleva a la consideración
del fin del mundo. Aquella idea empezó a angustiar el alma
de Lewis. Me gustaba pero no la admitía. Intentaba
fomentarlo pero al día siguiente estaba hundido. La
inmortalidad, el premio, el castigo, le infundían un temor
de desesperanza, y le anulaba para vivir la vida real. Una
vez más le habían dejado solo, sin armas: El seco desierto
quedó atrás, y una vez más estaba en la tierra del deseo,
con el corazón destrozado y exaltado al mismo tiempo. La
inmortalidad era una idea muy sugestiva -era un inmenso tema
mítico- pero aceptarla era perder el dominio sobre sí.
SEGUNDO MOVIMIENTO, Jaque al Rey que cubre la Reina
Esta vez fue un libro temático de filosofía: El
disfrute y la contemplación de Alexander. El golpe es
sencillo; el disfrute y la contemplación de las
activividades interiores son incompatibles. No se puede
esperar y pensar en la esperanza al mismo tiempo, porque en
la esperanza observamos su objeto lo cual se interrumpe al
volvernos para observar la esperanza misma. Es la distinción
de ver la lupa para fijarnos mejor en un objeto, o fijarnos
en el cristal de la lupa para ver si está sucia. Aquí halló
la clave para explicar la Alegría. El gran error era
confundir el mero sentimiento de la Alegría, rastro o
subproducto, con las actividades que lo producen. No había
duda de que la Alegría era un deseo. Y en la medida de que
era un tipo de bien era un tipo de amor. Pero un deseo no se
vuelve a sí mismo sino a su objeto, debe todo lo que es a su
objeto. La forma de lo deseado está en el deseo. Es el
objeto lo que hace que el deseo sea agrio o dulce, vulgar o
selecto, elevado o bajo. La Alegría proclamaba
inexorablemente: Tú lo que quieres (yo sólo soy tu deseo) es
otra cosa fuera de tí, ni a tí ni a ningún estado tuyo.
El golpe fue asestado con dureza; la Reina se perdió
para siempre. La Alegría no era nada en sí misma. Su valor
era ser anuncio de lo completamente otro. Su actividad
reflexiva e abundantemente introspectiva le llevaba a matar
la naturaleza de la Alegría. Pero el deseo en sí mismo tenía
un valor evocador, era un principio extático, un camino que
se perdía detrás de una loma que invitaba a traspasarla, a
caminar hasta el final. La Alegría perdió de inmediato todo
carácter de estado mental o psicológico que le había llevado
al solipsismo. Pero el descubrimiento no fue festivo. De
nuevo, como las primers veces, fue extrañamente doloroso.
Alguien le estaba haciéndose desprender de todas las armas
que se había procurado. Aún le quedaba la gran coraza, pero
estaba totalmente solo. La primera reacción fue -como es
costumbre- el miedo: Esto me llevó a la región del miedo
porque acabé comprendiendo que en la soledad más absoluta
hay un camino que lleva directamente fuera de uno mismo; un
comercio con algo que, al negarse a identificarse con
cualquier objeto perceptible por los sentidos, o en
cualquier cosa de la que tengamos una necesidad biológica o
social, o cualquier cosa imaginada, o con cualquier estado
mental, afirma ser meramente objetivo, mucho más objetivo
que los cuerpos porque no está, como ellos, revestido con
nuestros sentidos: el otro, desnudo, sin figura,
desconocido, infinito, deseado.
TERCER MOVIMIENTO, el último Alfil, perdido
Era el momento de dejar claro el significado de la
Alegría en el nuevo marco de la filosofía idealista. La
Alegría tendrían que ser los momentos de conocimiento más
claros en los que el hombre se daba cuenta de su naturaleza
fragmentaria y fantasmal. De ahí su carácter doloroso: se
sufre por esa tensión imposible, por esa reunión, que nos
aniquilaría. La Alegría es la expresión del anhelo infinito
de comunión con el Absoluto que a la vez es imposible;
sufrimos por ese despertar contradictorio consigo mismo que
revelaría, no que habíamos tenido, sino que éramos un sueño.
La Alegría era la intuición vital que manifestaba que era
más importante que existiera el cielo a que entráramos en él
en algún momento.
Prefiguraba el momento en que me vería obligado a
tomarme mi filosofía más en serio. No lo había previsto.
Pensaba que perdía un peón cuando quedaba nada para el jaque
mate.
CUARTO MOVIMIENTO, Jaque Mate
Nos acercamos al final. Nada parece que el encuentro
esperado sea la felicidad; más bien lo que resume el proceso
es resignación dolorosa, casi coaccionada. Al menos había un
consuelo. La angustia aumentaba, pero paulatinamente el
temor disminuía; aumentaba la angustia porque no podía
explicar el Absoluto. Lewis decidió aguar el hegelianismo y
hacerse un berkelianismo a su manera. Distinguía al Dios
popular del filósofico. Lewis lo explica al modo literario:
Tenía las mismas posibilidades que tiene Hamlet del hablar
con Shakespeare que yo de hablar con Dios.
Un suceso tonto, la conversación con un ateo
convencido, metió el dedo en la llaga. Es extraño - decía el
ateo convencido - esas majaderías sobre el Dios que muere.
Extraño, casi parece que hubiera sucedido al guna vez.
Y antes de que Dios se cerniera sobre él, se le
ofreció un momento de elección absoluta: Digo elegí, aunque
no parecía realmente elegir lo contrario. Por otro lado
tampoco tenía motivos. Igual no fue un acto libre, pero
aquello estuvo más cerca de ser un acto totalmente libre que
ninguno que hubiera hecho. La necesidad no tiene por qué ser
el contrario de la libertad y quizás el hombre es más libre
cuando, en vez de manifestar sus motivos, puede decir: Soy
lo que hago.
Fue subiendo al autobús. En un momento se le dio a
entender que eligiese: Que abandonase su coraza de hierro,
se desatase de sus correas, que saliera, o que se quedara
dentro para siempre. Es difícil saber a qué se refiere
Lewis. Quizá se parezca a lo que los entendidos llaman
decisión fundamental. Como un punto de inflexión el la vida
del hombre en que elige absolutamente su destino. Pero en
este caso no elegía nada. Decidió, simplemente, salir,
desencorsetarse; Y eligió sobre sí mismo, con una extraña
necesidad, tirar su coraza. La sensación que sigue fue
todavía más extraña: Tenía la sensación del hombre que se
derrite, del hombre de nieve. Y no había, contra toda
figuración, el mínimo deleite: Aquella sensación me
disgustaba profundamente. La figura del hombre de nieve no
es original. También Charles Ryder en el momento anterior a
la conversión tuvo una sensación parecida. Todo nos hace
recordar a Isaías: Tú, Señor, eres nuestro Padre y nuestro
Redentor, desde la eternidad es tu nombre. ¨Por qué, Señor,
nos dejaste desviar de tus caminos, endureciste nuestro
corazón para que no te temiésemos? Vuélvete a nosotros, por
tus siervos a la tribu de tu heredad. Oh, si rompieras los
cielos, y descendieras! A tu presencia los montes se
derritirían; descendiste, y a tu presencia los montes se
derritieron.
Cliff estaba totalmente a espensas del enemigo. La
zorra había sido expulsada del bosque hegeliano, perseguida
por Platón, Tolkien, McDonald, Dante, la Alegría...
Por fin le pareció que esa convicción teísta tenía que
traducirse de alguna manera en la práctica; la razón teórica
aparece en la conciencia intelectual como generalidad
abstracta; tal generalidad no es principio de moviemiento,
pero para que se contemple en la razón práctica, como un
principio de la conciencia vital, tiene que mediar la
voluntad, y eso significa que debe haber compromiso
personal: hacía tiempo que cierta ética (teóricamente), se
unía a mi idealismo. Por fin me enfrenté a algo que yo, ni
más, ni menos, ni otro, tenía que hacer: tenía que tender a
la virtud total.
Pero mi nombre era legión. Un joven ateo no puede
defender su fe con demasiado rigor.
Es decir, estaba absolutamente paralizado. No parecía
haber salida hacia atrás; y hacia delante no conocía el
terreno ni estaba preparado para ello. No podía explicar
nada sin recurrir al Espíritu. El idealismo se puede hablar
y se puede sentir pero no se puede vivir. Seguir pensando en
el Espíritu como algo que bien ignoraba, bien se mantenía
pasivo ante mi acercamiento, se convirtió en algo claramente
absurdo. Si mi filosofía era verdad, no podía tener yo la
iniciativa. Para que Hamlet pueda hablar con Shakespeare, el
mismo autor tendría que introducirse como un personaje en la
tragedia. El personaje "Shakespeare" tendría que empezar a
hablar con Hamlet.
Y así fue. Cliff temía que si creía realmente en un
Dios o Espíritu se desarrollaría toda una situación nueva;
Un teorema filosófico aceptado cerebralmente empezó a
agitarse, levantarse y quitarse el sudario. No se me
volvería a permitir jugar con la filosofía. Mi adversario
renunció a esto. Se limitó a decir: Yo soy el Señor, Yo soy
el que Es, Yo Soy.
Hacia la festividad de la Trinidad del 29 cedí, admití
que Dios era Dios y, de rodillas, recé. Quizá fuera aquella
noche el converso más desalentado y remiso de toda
Inglaterra.
Hay que volver atrás. Hay que recordar los esfuerzos
que había hecho para labrar su nueva imagen, el gran muro
que había construido en derredor suya. Un muro que respondía
a su máxima aspiración, que nada ni nadie se entrometieran
en su vida. Había querido (absurdo deseo) considerar mi alma
mía. Mi nueva imagen contenía, incluso, la virtud sin llegar
a lo doloroso, sería razonable. Ahora mi ideal llegó a ser
una obligación. Dios era la razón misma, pero no dio la
seguridad de que fuera razonable.
El último cambio no era la pérdida de un peón, no era
la aceptación de una condición. Se exigía el sometimiento
total, el salto absoluto en el vacío. La realidad con la que
no se puede pactar estaba toda sobre mí. la exigencia ni
siquiera era todo o nada. Creo que esto ya había pasado en
el piso de arriba del autobús, cuando desabroché mi armadura
y el hombre de nieve se empezó a derretir. Ahora la
exigencia era simplemente `todo'.
El converso más desalentado y remiso de Inglaterra.
¨Quién puede adorar a ese amor que abrirá la puerta
principal a un pródigo que traen revolviéndose, luchando,
resentido y mirando a todas direcciones buscando la
oportunidad de escapar?
La dureza de Dios es más agradable que la amabilidad de
los hombres y su coacción es nuestra liberación.
E L P R I N C I P I O
La conversión había sido al teísmo. No conocía la
doctrina de la Iglesia, no conocía nada de la Encarnación.
Al Dios que se sometió, simplemente no era humano.
Pudiera pensarse que la llegada tan deseada a la patria
caliente se estaba celebrando con un carnero cebado, que
llevaba traje talar y anillos en el dedo, o incluso que
estaba perfumado con las más olorosas esencias. Esta vez no
fue así. Cuando fui empujado por la puerta no salía ninguna
melodía dentro. Ningún tipo de deseo estaba presente. ¨Y la
Alegría? ahora sí, diría alguien, estaría satisfecho el
deseo más preciado. Tampoco se admitiría esa respuesta: No
se me concedió ni la más sutil alusión a que alguna vez
habría alguna relación entre Dios y la Alegría. De haber
algo fue lo contrario.
La consideración de un futuro absoluto, de la
inmortalidad, aún no había llegado. Si esta cuestión fue
relevante para su conversión lo fue negativamente. La
conversión al teísmo no había supuesto creer en una vida
futura. De hecho, no la necesitaba. Había que obedecer a
Dios sólo porque El era Dios. No había ningún reparo en
obedecerle por su propia dignidad. Conocer a Dios es saber
que nuestra obediencia se debe dirigir a El. En su
naturaleza se revela su soberanía de juez. Me hizo conocer
la soberanía de jure antes que el poder, el derecho, antes
que el deber. Dios es tal que si per imposibile su poder
desapareciera permaneciendo el resto de sus atributos, de
tal forma que se privara del derecho supremo al deber
supremo, aún le deberíamos el mismo tipo y grado de
obediencia que ahora.
Es obvio que Dios alfa no debe separarse de Dios omega.
Dios es principio de todas las cosas, es omnipotente por su
propia naturaleza, por ser El quien es. Pero Dios es también
es sentido, también es omega. Si Dios sólo es creador
omnipotente pero no es bueno, deja de ser Dios; no hay
principio para la esperanza. Dios es responsable del ser de
las cosas y del deber ser, de la facticidad y de la justicia
simultáneamente. Pero aquí se alude a un imposible, a una
separación, que aclara el sentido de nuestras exigencias
morales. Me parece que Lewis quiere resaltar que la
ordenación a Dios de todas las cosas no es extrínseca a
ellas. Es más, es el único modo de atender en su verdadero
significado a los novísimos en nuestra condición itinerante.
Sólo si Dios es alfa puede ser omega con todo derecho. Es
decir el culto que debe el hombre a Dios, el amor, se lo
debe de jure; sólo y simplemente por ser Dios, por sí mismo.
Si no es así se desvirtúa el sentido de la caridad, y de la
frase es más importante que exista el cielo , que alguno de
nosotros llegue a él. Por otro lado es verdad decir que la
propia naturaleza de Dios es el verdadero cumplimiento de
sus órdenes, sin embargo, el entenderlo debe llevarnos al
final, a la conclusión de que la unión con esa naturaleza es
nuestro bien y el alejamiento del miedo. Así tiene cabida el
cielo y el infierno. Pero muy bien podría ser que pensar
demasiado en ellos, excepto en este contexto teórico,
hipostasiarlos como si tuvieran un significado sustancial, a
parte de la presencia y ausencia de Dios, corrompe la
doctrina sobre ambos y nos corrompe a nosotros cuando
pensamos así sobre ellos. Por fin, había llegado a la
consideración de la inmortalidad, sin la presencia del
miedo, en su verdadero sentido. El Cielo es la presencia y
la comunión con Dios, principio y fin de los hombres; el
Infierno es la ausencia de Dios y el aislamiento absoluto:
soy dueño de mí mismo.
El principio del cambio va a suponer una alteración en
el estilo del autor. Sobre esta etapa tengo muchos menos
datos. Creer y orar fueron el principio de la extroversión.
Me habían hecho salir de mí mismo. Por desgracia la
capacidad fenomenológica va a disminuir. La última parte de
la conversión tiene menos connotaciones subjetivas; antes le
llegaban a la memoria con una intensidad notable. Veremos si
esto pudiera oscurecernos el último sentido de la Alegría.
No hay que desesperarse.
Esta última parte es la conversión de el teísmo a
alguna religión. Cliff creía ya en Dios, pero tenía que
determinar sus exigencias morales y de culto a Dios. Y el
hombre se determina culturalmente. Hay que buscar una
religión en el amplio panorama cultural: La asombrosa
multiplicidad de religiones empezó a ordenarse sola. Aquel
ateo y la presión de Barfield por el respeto del mito pagano
me habían dado la solución. No me plantearía volver al
paganismo primitivo sin teología moral. El Dios que al fin
confesaba era uno y justo. El paganismo sólo había sido una
infancia de la religión. ¨Dónde había despertado? ¨Dónde se
encontraba adulta? Sólo había dos respuestas: cristianismo e
hinduismo.
Nos introducimos en una elección apasionante.
Difícilmente se encontrará contra ejemplo. Habíamos dicho
que Lewis era un conocedor perfecto de los mitos nórdicos,
irlandeses, gaélicos, germánicos; sabía griego y había
estudiado a los clásicos; también latín y conocía a Virgilio
casi de memoria. Era como él mismo se denomina un
filomitómano. El mito pertenece a la literatura noble y se
distingue de todas. Su concepción del mito le hizo favorable
su elección.
El hinduismo parecía una coexistencia de la filosofía y
paganismo, más que una madurez. Tenía sí elementos de
salvación, de moral y de culto, pero sólo se realizaba en
unos pocos experimentados esotéricos. El hinduísmo perdía
puntos a primera vista. No tenía la concepción histórica que
el cristianismo.
Aquí entra en juego la concepción mítica. Vamos a
resumir el concepto que tiene Lewis del mito. El mito es una
historia que tiene las siguientes características: es
esencialmente extraliterario, el argumento tiene un valor en
sí que le hace independiente del modo de expresarlo; el
resumen es igualmente interesante que el desarrollo poético.
Que esté dicho o escrito bellamente es accidental para el
mito. Por otro lado el poder que depara no depende de
recursos narrativos como el suspense o la sorpresa; el mito
consiste en el contacto con un objeto inagotable de
contemplación. Desde la primera que lo escuchamos nos parece
inagotable, y somos capaces de volver a él
interminablemente. La identificación desempeña un papel muy
reducido; apenas nos proyectamos en los personajes; su
atractivo no consiste en eso. El mito siempre es fantástico,
trata de cosas imposibles o sobrenaturales; no nos
preguntamos que pierda valor por ser un contenido irreal.
Las experiencias que se transmiten pueden ser tristes o
regocijantes pero siempre son serias; no existen los mitos
cómicos. Y además nos infunden un temor reverencial, es como
si se nos comunicara algo trascendente. Esta descripción de
los mitos se basa en los efectos que producen en nosotros;
para unas personas son mitos lo que no son para otras: el
mito depende de la capacidad de contemplación del que lo
escucha. La persona que accede por primera vez a un mito,
mediante un relato pobre, vulgar o cacofónicamente escrito,
deja de lado y no presta atención al mal estilo para
concentrarse sólo en la significación que descubre en el
mito. Está contenta de tener el mito cualquiera que sea su
expresión verbal. El amante de los mitos se concentra en los
hechos, pero será capaz de emocionarse con el mito durante
toda su vida. Intentar leer un mito `porque nos dice cosa
útiles para la vida' es alejarse de él. El valor del mito
consiste en que no se puede usar; si se usa es de modo
extrínseco. Del mito sólo se debe recibir. Su valor está en
la contemplación de los sucesos, que consideramos tienen
valor por sí mismos: podemos cambiar el estilo pero sería un
asesinato alterar los hechos.
Con este planteamiento, Cliff fue a los Evangelios: Los
Evangelios no tienen el gusto mítico. Sin embargo el mismo
tema que tratan de esa forma suya, histórica y poco
artística (esos judíos mezquinos, poco atractivos, demasiado
ciegos ante la riqueza mítica del mundo pagano que tiene
alrededor) era precisamente el tema de los grandes mitos. Si
alguna vez un mito se hubiera encarnado en la realidad sería
exactamente como éste. Y no había nada como los Evangelios
en toda la literatura. En cierto modo los mitos se parecían
a ellos. De otra forma también la historia se les parece.
Pero no había nada que fuera exactamente como ellos. Y no
había una persona que fuese lo que estos describen tan real,
tan reconocible, a través del tiempo. Como el Sócrates de
Platón y sin embargo tan numínico, iluminado por una luz de
más allá del mundo, un dios. Pero si era un dios como ya no
volveremos a ser politeíatas, no era un dios, era Dios. Aquí
y sólo aquí el mito podría haberse hecho realidad; el Mundo,
carne; Dios, hombre. Esto no era una `religión' ni una
`filosofía'. Es la unión y actualización de todas ellas.
Son los últimos prolegómenos a la conversión al
cristianismo. Pero como en todas las ocasiones no llevaba él
la iniciativa: A medida que me acercaba a la conclusión
sentía una resistencia. Tan fuerte pero de menor duración
porque lo entendía mejor. A cada paso uno tenía menos
oportunidades de decir que "su alma era suya".
El último paso era aceptar la Encarnación. Oh, si
rompieras los cielos y descendieras! A tu presencia los
montes se derritirían; descendiste, y a tu presencia los
montes se derritieron. Si era algo que él mismo no había
querido, tenía que llegar ella misma; la creencia voluntaria
no es la fe. La fe debe ser un regalo. Me llevaban a
Whipsnade una mañana soleada. Cuando salimos no creía que
Jesucristo fuera el Hijo de Dios. Cuando llegamos, sí.
Así lo deja caer Cliff. Se trata de un momento tan
ambiguo como el del autobús,. Las palabras le impiden
hablar; la explicación categorial lo intenta pero nada
logra. Sólo se puede recurrir a la alegoría. No me había
pasado todo el camino sumido en mis pensamientos. Tampoco
hubo quietud. Era como si un hombre después de haber estado
durmiendo, se queda en la cama inmóvil, dándose cuenta de
que está ya despierto. Tampoco hubo inquietud. Ya no se
trata de un estado mental o emocional, porque semejante
cambio no dependía de él. Tampoco fue un cambio desde el
exterior. Fue él mismo el que asintió: ¨Libertad o
necesidad? ¨O difieren hasta el extremo? En este extremo un
hombre es lo que hace. No hay nada en él que quede por
encima o fuera del acto.
Estos son los momentos destacados de esta biografía.
Los franceses nos han acostumbrado a que sobresalieran
éxtasis de convulsión emocional, arrobamientos personales,
sentimientos temblorosos de unión con lo más grande y
universal, afectivadades inflamadas hasta casi reventar de
sonrojo, felicidades instantáneas, esnérgicas y verticales.
Pero esas experiencias también pueden explicarlas los
drogadictos y algunos alcohólicos. Entonces es cuando
empezamos a sospechar que el deseo y la inquietud protestan
demasiado para que se les crea, que la pasión o férrea
decisión son en parte mera envoltura, estímulos que nos
prometen algo, aunque no sepamos qué pueda ser ese algo. De
que es más importante que exista el cielo que alguno de
nosotros lleguemos a él.
En el lenguaje poético de d'Ors:
Entre el oro feliz que multiplican
los miroirs, fluye dulce, fluvial, la melodía
de las flautas. Ondulan, trinan, alzan
purísimos jardines -Scarlatti-,
paraíso cerrado para pobres.
Pero si a todo esto cunde por la exquesita
penumbra un no sé qué de olor a chamusquina,
e irrumpe como un toro en el salón
un humo que no estaba en el progama,
y vigoroso turba los reinos de la -FUEGO!,
EN EL BUDOIR!..., veremos entonces dónde paran
pelucas miriñabros candelaques
y tanta Melodiosa Cadencia del Caraxo.
Odio la alegoría
y lamento ponerme así de valenciático,
pero a veces qué inútiles, madame,
qué míseras las flautas.
E P I L O G O A R D U O
Hay que hacer un esfuerzo para contentar la curiosidad
y completar el verdadero sentido de la Alegría. El tema de
la Alegría ha perdido todo interés desde que me convertí al
cristianismo. Creo (si es que vale la pena recordarlo) que
el antiguo estremecimiento, la antigua mezcla agridulce, me
ha llegado desde mi conversión con mayor frecuencia que en
ninguna otra época de mi vida.
Tal experiencia sólo tenía valor como indicio de algo
distinto y externo. Mientras esa otra cosa quedaba en duda,
el indicio aparecía inmenso en mis pensamientos.
Cuando nos paramos en el bosque, ver un letrero es muy
importante. Toda la pandilla se reúne a su alrededor y
contempla. Pero cuando hayamos encontrado la carretera y
pasamos los letreros no nos paramos a mirar. Aunque los
postes fueran de plata y las letras de oro.
Por supuesto no es que no me pille a menudo parándome a
contemplar esos postes a lo lado de la carretera o incluso,
objetos de menor importancia
No hay comentarios:
Publicar un comentario