martes, 15 de junio de 2010

La estética en Baltasar Gracián (1601-1658) II

2. EL IDEAL HUMANO: LA FIGURA DE EL DISCRETO. EL HOMBRE DE GUSTO.

De la noción de naturaleza y artificio expuesta en el capítulo anterior interesa resaltar la valoración particularmente dinámica de la naturaleza humana que puede extraerse de la lectura de el Criticón. Según esta valoración la naturaleza humana en su generalidad posee un modo de ser según el cual su constitución depende del desarrollo temporal a partir de sus facultades. Entre estas el conocimiento tenía un valor preminente, puesto que por su causa la naturaleza desposee una determinación inicial y gracias a él puede llegar a realizarse. La naturaleza humana formada es ante todo un producto; esa es la razón por la que Gracián, educado según las categorías de la escolástica, parangonaba la operación de entender con la de ser, tanto se entiende, para el hombre, significa tanto se es[38]. La perfección específica a la naturaleza humana incluye esencialmente el artificio. "No se nace hecho; vase de cada día perficionando en la persona, en el empleo, hasta llegar al punto del consumado ser, al complemento de las prendas, de eminencias: conocerse ha en lo realzado del gusto, purificado del ingenio, en lo maduro del juicio, en lo defecado (depurado, limpio) de la voluntad"[39]. El producto de la invención artificiosa puede entenderse desde este punto de vista como una redención del hombre del estado primitivo, en peor situación que las bestias, siempre que se atienda al sentido no congénito de la invención fue un producto no congénito sino inventado. Existe en Gracián los términos de cultura y naturaleza contrapuestos en su definción -lo cultural es lo no previsto genéticamente- y sin embargo ambos funcionan dinámicamente como complemento que perfecciona un estado inicialmente precario:

"Nace bárbaro el hombre; redímese de bestia cultivándose. Hace personas la cultura, y más cuanto mayor. En fe della pudo Grecia llamar bárbaro a todo el restante universo. Es muy tosca la ignorancia. No hay cosa que más cultive que el saber. Pero aún la misma sabiduría fue grosera si desaliñada. No sólo ha de ser aliñado el entender; también el querer, y más el conversar. Hállanse hombres naturalmente aliñados de gala interior y exterior, en conceptos y palabras, en los arreos del cuerpo, que son como corteza, y en las prensas del alma, que son el fruto. Otros hay, al contrario, tan groseros, que todas sus cosas, y tal vez eminencias, las deslucieron con intolerable bárbaro deseo"[40].

Se ha traído este texto a colación para subrayar de nuevo por un lado que la complementación artificiosa tiene su origen y causa en la posesión de la facultad cognoscitiva, que por tanto se erige en el mayor y primer complemento (es muy tosca la ignorancia. No hay cosa que más cultive que el saber), y por otro para llamar la atención sobre el hecho de que la complementación de las cualidades morales es expresada en un lenguaje sumamente esteticista. Las prendas ganadas como segunda naturaleza son adorno y aliño del alma. El estado de barbarie, de ausencia de cultura, es calificado de grosero y la adquisición de esa segunda naturaleza adquirida se asemeja a la gala interior. A continuación voy a intentar mostrar que esos modos de expresión no son simplemente metafóricos sino que responden a una concepción estetificante de la ética que produjo la identificación del ideal moral -hombre discreto- con el hombre de gusto.

Lo primero a lo que hay que hacer referencia es la abundantísima insistencia que Gracián propone en sus obras morales en la necesidad intrínseca del cultivo, de la cultura del gusto lo llamará, en definitiva, del artificio para la consecución del fin moral o específico de la naturaleza humana: el ser persona.

La necesidad del artificio viene caracterizada por Gracián como la ostentación y el ejercicio de los empleos. El ideal moral está revestido desde un principio por el modo y la buena disposición de las prendas. Tan importante es el complemento de la ostentación, que sin él, aún lo adquirido puede parecer tosco o barbarie:

"La más ventajosa superioridad es la que se apoya en la adecuada noticia de las cosas, del continuado manejo de los empleos. (...) No basta la mayor especulación para dar este señorío; requiérese el continuado ejercicio en los empleos; que de la continuidad de los actos se engendra el hábito señoril. Comienza por la naturaleza y acaba perfeccionándose con el arte. (...) Cualquiera medianía, socorrida del señorío, pareció eminencia, y todo se logra con ostentación"[41]

La ostentación debe entenderse como la belleza formal que debe aplicarse al contenido de las prendas o de la gala interior; es como el brillo o el realce de los objetos materiales, que hacen más agradable al gusto. La ostentación -el señorío con que se presentan las cualidades adquiridas- es presentada como un hábito que comienza en la naturaleza pero se perfecciona con el arte, con el cultivo. Podría denominarse hábito de la apariencia porque es la que mejor puede resumir la necesidad de afectación. Gracián no duda en equipararla al adorno o al séquito que embellecen los motivos materiales: "Política contienda es qué importe más, la realidad o la apariencia. Cosas hay más grandes en sí y que no lo parecen, y, al contrario, otras que son poco y parecen mucho: ordinaria monstruosidad. Tanto puede la ostentación o la falta de ella; mucho suple, mucho llena, y si en los materiales califica, como es en el adorno, en el menaje y en el séquito, ¿qué será en las verdaderas prendas del ánimo, que son gala del entendimiento y belleza de la voluntad? Especialmente cuando le llega a su vez una prenda y la sazón pide, allí cae bien el ostentar"[42].

La necesidad de ostentación, la presentación afectada y conveniente, muestra de manera clara los ejes sobre los que se mueve la descripción del ideal moral. La necesidad de cultura y el aliño -el modo- responden al esquema propuesto de naturaleza y arte, según el cual, el desarrollo de las facultades naturales -esto es, del conocimiento- presupone el desarrollo de invenciones artificiosas no dadas originalmente. La cultura y el aliño son denominados por Gracián Quirón de la naturaleza cuyo padre es el Artificio, "naciste de su cuidado, Quirón, para ser perfección de todo; sin ti, las mayores acciones se malogran y los mejores trabajos se deslucen. Ingenios vimos prodigios, ya por lo inventado, ya por lo discurrido, pero tan desaliñados, que antes merecieron desprecio que aplauso. Tuviste por madre a la Buena disposición, aquella que da lugar a cada cosa, aquella que todo lo concierta. (...) Lo que no está compuesto, no es más que una rudísima indigesta balumba, asqueada de todo buen gusto; las cosas bien compuestas, a más de lo que alegran con el desembarazo, deleitan con su concierto"[43]. El modo acaba convirtiéndose en un trascendental que se predica tanto de las acciones como de los productos artísticos y ejemplifica particularmente por un lado el modo de ser de lo artificioso como complemento y por otro el sentido estético que tiene el ideal moral del discreto:

"Es el modo una de las prendas del mérito, y que cae debajo de la atención; puédese adquirir, y por eso la falta della es inexcusable, bien que en algunos tiene principio de buen natural, pero su complemento de la industria; en otros toda es del arte que puede el cuidado désta suplir los olvidos de aquélla, y aún mejorarlos (...). Es también de las bellezas trascendentales a todas las acciones y empleos. Fuerte es la verdad, valiente la razón, poderosa la justicia, pero sin un buen modo todo se desluce, así como con él todo se adelanta"[44].

Vale la pena explayarse en una de las prendas que más llama la atención entre los tres libros morales para clarificar cuál es el modelo moral propuesto y qué lugar ocupa el binomio naturaleza-artificio, porque "de las prendas, unas las da el Cielo, otras libra la industria; una ni dos no bastan a realzar un sujeto; cuando destituyó el cielo de las naturales, supla la diligencia de las adquisitas. Aquéllas son hijas del favor; éstas, de la loable industria, y no suelen ser las menos nobles"[45]. La importancia de la recepción natural de alguna prenda reside en el hecho de poder interpretarse como una anticipación de la idea del genio moderno[46]. El término final de la educación, el hombre hecho como lo llama Gracián o el ser persona, tiene, según ha señalado Coster, cierto parentesco con el ideal de L`honeste homme o el galant homme tal como Vaugelas ha intentado resaltar sus valores comunes: "amabilidad, aire cortesano, juicio, sociabilidad, cortesía y alegría, todo sin violencia, sin afectación y sin defecto"[47]. Tendremos ocasión de ver que esa ausencia de afectación no contradice la anterior exhortación al artificio afectado y al modo aliñado.

La diferencia fundamental del hombre discreto con el cortesano está en el mayor peso concedido por Gracián a la prudencia y al juicio noticioso de la acción[48]. Entre ellas hay una que es especialmente orginal por su carácter no recíproco: Se trata de la agudeza y capacidad de penetración en la intención de la voluntad ajena, y al mismo tiempo de la aptitud de enmascarar la propia intención de modo que el que posee esta prenda se hace incomprensible para los demás. En un capítulo de el Héroe Gracián define esta propiedad como simpatía sublime en estos términos: "consiste en un parentesco de los corazones, si la antipatía es un divorcio de las voluntades. Algunos la originan de la correspondencia en los temperamentos; otros de la hermandad de los astros. (...) Son prodigios de la simpatía los que la común ignorancia reduce a hechizos, y la vulgaridad a encantos. Todo lo alcanzan méritos de simpatía; persuade sin elocuencia y recaba cuando quiere, con presentar memoriales de armonía natural. (...) Gran realce es la simpatía activa, si es sublime, y la mayor, pasiva, si es heroica"[49]. Y en el Oráculo explica del mismo modo: "Gran arte de ganar a todos, porque la semejanza concilia benevolencia. Observar los genios y templarse de cada uno: al serio y al jovial, seguirles el corriente, haciendo política transformación: urgente a los que dependen. Requiere esta gran sutileza de vivir un gran caudal; menos dificultosa al varón universal de ingenio en noticias y de genio en gustos"[50]. La simpatía y la comprensión de los otros tiene como presupuesto la compresión de sí, el conocimiento de las propias posibilidades[51].

La noticia de la propia medida y caudal -el conocimiento de sí- resulta sobre todo valioso para la otra cara de la simpatía sublime o la capacidad de penetración en la intención del otro, el ocultamiento de la propia intención y las pasiones. Se basa esta prenda del discreto en no dejarse abarcar totalmente por el entendimiento de los demás: "Sea esta la primera destreza en el arte de entendidos: medir el lugar con su artificio. Gran treta es ostentarse al conocimiento, pero no a la comprehensión. Todos te conozcan, ninguno te abarque"[52]. La razón de este enmascaramiento parece en un principio puramente ventajosa para la conducta, por ejemplo, mantener de esa forma el interés vivo de los otros sobre la propia personalidad: "Excuse el varón atento sondarle a fondo, ya el saber, ya el valer, si quiere que le veneren todos: permítase el conocimiento, no a la comprehensión. Nadie le averigüe los términos a la capacidad, por el peligro evidente del desengaño. Nunca dé lugar a que alguno le alcance del todo: mayores efectos de veneración causa la opinión y duda de adónde llega el caudal de cada uno que la evidencia dél, por grande que fuere"[53]. Pero la razón profunda de ese enmascaramiento de la intención -cifrar la voluntad- que impide la total comprehensibilidad de los otros descansa propiamente en una cuestión estética en la definición del hombre discreto. Veámoslo en un texto del mismo Gracián:

"Lega quedaría el arte si, dictando recato a los términos de la capacidad, no encargase disimulo a los ímpetus del afecto. (...) Arguya eminencia de caudal penetrar toda la voluntad ajena, y concluye superioridad saber celar la propia. Atienda, pues, el varón excelente, primero a violentar sus pasiones; cuando menos a solaparlas con tal destreza, que ninguna contratetra acierte a descifrar su voluntad"[54].

El velamiento del afecto por el disimulo no lo anula. En este momento Gracián da una vuelta a su argumentación. Si más arriba había quedado determinada la necesidad del artificio y la afectación en la forma de la ostentación, pues naturaleza sola fue siempre ruda, de lo que se trata ahora es de ocultar el mismo artificio, de disimular el disimulo hasta que parezca natural. "A más prendas menos afectación, dice Gracián en el Oráculo, que suele ser vulgar decoro de todas. Es tan enfadosa a los demás cuan penosa al que la sustenta, porque vive mártir del cuidado y se atormenta con la puntualidad. Pierden su mérito las mismas eminencias con ella porque se juzgan nacidas antes de la artificiosa violencia de la libre naturaleza, y todo lo natural fue siempre más grato que lo artificial"[55].

El necesario desarrollo del arte y la industria que había quedado establecido como fruto específico de la naturaleza inacabada del hombre, da ahora un nuevo giro, de tal modo que si la afectación artificiosa se produce de manera violenta, esto es, se hace notorio su carácter artificioso, queda calificado de falso arte o por lo menos imperfecto. El verdadero arte es el que parece natural, el que muestra una apariencia sencilla. Por eso puede decirse que la perfección última del arte es la de disimularse a sí mismo: el arte más artificioso se identifica al fin con el más natural: "Consiste el mayor primor de un arte en desmentirlo, en encubrirle con otro mayor. Grande es dos veces el que abarca todas las perfecciones en sí y ninguna en su estimación"[56]. El alcance de esta máxima, como tendremos ocasión de ver, se extiende tanto al ideal del discreto -la afectación de las prendas- como al arte de ingenio, la capacidad artística, en la obra las reglas de formación deben quedar ocultas, como si fuera un producto natural. De igual modo podrá verse un barrunto de la idea de genio como espontaneidad natural y productor de reglas.

Con respecto a la idea moral la importancia que se le da a la naturalidad en la posesión de las prendas no es en Gracián original. Como ha recogido Coster, se encuentra ya en Faret, en el libro titulado Honnestte-Homme (1634) dentro del capítulo nominado De la Grace, unas palabras que parecen haber inspirado la idea de Gracián:

"Todas las buenas partes son muy importantes en un gentilhombre, pero el culmen de estas cosas consiste en una cierta gracia natural, que en todos sus ejercicios y hasta en sus menores acciones debe relucir como un leve rayo de divinidad, que se observa en quienen han nacido para complacer el mundo. Este extremo es tan alto, que esta por encima de los preceptos del Arte, y no se podría buenamente enseñar. El consejo que se puede dar en esto es que los que tienen el buen juicio por regla de conducta, si no se sienten dotados de este don sublime de la naturaleza, intenten al menos reparar esta falta por la imitación de los ejemplos más perfectos, y que adquieran la aprobación general. La buena educación sirve mucho... Mas ¡qué dichoso aquellos que no tienen necesidad de industria para agradar, y han sido como regados por el cielo con esta gracia que cautiva los ojos y los corazones de todo el mundo! Sin embargo, para hacer un poco más clara una cosa tan importante, me parece puede decirse que como esta gracia de que hablamos se extiende generalmente por todas las acciones y se mezcla hasta en los menores discursos, hay del mismo modo una regla general que sirve, si no para adquirirla, al menos para no alejarse nunca; es huir, como de un precipicio mortal, de esta desdichada e importuna afectación, que empaña y ensucia las cosas más bellas; y usar en todo de cierta negligencia que oculta el artificio y atestigua que todo se hace como sin pensar y sin esfuerzo. Aquí está a mi parecer la fuente más pura de la gracia"[57].

La gracia de no aparentar artificio o de parecer natural sin afectación es considerada como la más alta -la prenda de las prendas- del modo de agradar; resumiría el ideal cortesano recogido por Gracián con el término despejo: "El despejo, alma de toda prenda, vida de toda perfección, gallardía de las acciones, gracia de las palabras, y hechizo de todo buen gusto, lisonjea la inteligencia y extraña la explicación. Es el realce de los mismos realces y es una belleza formal. Las demás prendas adornan la naturaleza, pero el despejo realza las mismas prendas. Consiste en una cierta airosidad, en una indecible gallardía, tanto en el decir como en el hacer, hasta en el discurrir. (...) Hasta ahora nunca se ha sujetado a preceptos, superior siempre a toda arte. Porque si es el alma de la hermosura, es espíritu de la prudencia"[58]. El despejo o la gracia natural parece resumir la idea de la naturalidad del artificio, puesto que es el alma y la vida de las perfecciones que adornan la naturaleza. Hafter ha sugerido que el despejo representa en parte un "genuino e inexpresable tacto" y lo ha relacionado con el je ne sais quoi que popularizara Bouhours y que tuvo una influencia decisiva en el desarrollo de las ideas estéticas francesas del XVIII[59]. Propiamente no posee normas ni preceptos por ser un don natural; es arte de las artes pero en sí mismo no es un arte que se pueda enseñar ni es susceptible de definición[60], es propiamente un don natural que debe imitarse en quien lo poseen porque éstos obran naturalmente. El despejo en las acciones es obviamente una anticipación del genio moderno. Es posible trazar un paralelismo entre el despejo y la idea de genio -genio como inclinación natural y como prenda del discreto- y la agudeza predicada de las acciones como tendremos ocasión de ver. Lo que interesa ahora es relacionar el despejo con la propiedad más relevante del Hombre discreto: con la prudencia y el gusto.

Hay en el Criticón una cita a un libro nombrado por Critilo cuya utilidad es relevante "para que nos dé avisos para no perdernos en este laberinto cortesano". Se trata del Galateo Español de Lucas de Gracián Dantisco, adaptación del Galateo de Giovanni de la Casa. Publicado por vez primera en España en 1593 y conocida de Gracián es menospreciada en el Criticón por haber quedado anticuada; "en aquel tiempo, cuando los hombres lo eran, digo buenos hombres, fueran admirables estas reglas" pero ahora "aún valdría algo si se practicase todo al revés". Del Hoyo en su estudio introductorio a las Obras Completas habla de el Discreto como del "Galateo al revés", pues es evidente que Gracián contrae una gran deuda con el Galateo de Lucas, incluso a veces una deuda contraida por trasposiciones literales[61]. El nuevo Galateo está adaptado al mundo barroco y no es ya "un simple manual de maneras, o de mera urbanidad, sino un complejo tratado tipológico adecuado a un mundo traninsido al desengaño"[62]. En el Discreto Gracián no se contenta con un ideal cortesano; en el nuevo ideal hay un mayor peso moral aún sin estar preservado de valor estético: está volcado al acierto moral de elección[63], a la capacidad de distinguir una cosa de otra y hacer juicio certero, en definitiva, a adquirir la entereza moral.

El ideal de discreción tiene una raíz prudencial[64] y es la finalidad última de enseñanza de los libros morales: que el acierto moral no es fácil y que de él depende la propia vida. La discreción consiste en un equilibrio entre los dos extremos de la imprudencia, esto es, entre la desconfianza en sí mismo que impide acertar en nada y la plena satisfacción de sí mismo que imagina el pleno acierto en todo, y consiste en "una audacia discreta, muy asistida de la dicha(...), una curda intrepidez (...) que en la fe de cualquiera dellas puedo uno hacer y decir con señorío"[65]. El acierto moral tiene tanto de experiencia como de naturaleza, puesto que la adquisición de experiencia es, según el esquema naturaleza-artificio-naturaleza, la adquisición del fin natural. La discreción participa también del esquema apariencia-realidad porque para el acierto es preciso tener la capacidad de "mirar por dentro":

"Hállanse de ordinario ser muy otras las cosas de lo que parecían, y la ignorancia, que no pasó de la corteza se convierte en desengaño cuando penetra al interior. La Mentira es siempre primera en todo; arrastra necios por vulgar continuada. La verdad siempre llega la última y tarde, cojeando con el Tiempo; resérvanle los cuerdo la otra metad de la potencia que sabiamente duplicó la común madre. Es el Engaño muy superficial, y topan luego con él los que lo son. El Acierto vive retirado en su interior, para ser más estimado de sus sabios y discretos"[66].

La importancia de la elección revierte en Gracián en la necesidad de acertar en la finalidad. Si quedó establecido que el desarrollo de la naturaleza humana es inventivo, eso no implicaba la arbitrariedad, sino más bien un cierto pesimismo pues son más los modos de errar que los de acertar. "El Engaño llega antes que la Verdad, que está coja y llega siempre tarde". Es por eso por lo que el ideal de discreción de Gracián está revestido de mil ojos que iluminen las precauciones. Según Del Hoyo, quien señala la educación tomista que recibió Gracián, el eje Prudencia-solercia-experiencia es sustituido por el de Prudencia-atención sagaz-desengaño, en una adaptación a la sociedad barroca de su tiempo[67]. La atención extrema tiene un relativo paralelismo con la perspicacia y la experiencia tomista, pero carece absolutamente de ingenuidad, se caracteriza por una actitud previa como consecuencia de la perspicacia y la experiencia. "Las dos caras tradicionales de la prudencia personificadas por Jano, están acompañadas en Gracián por un monstruo auxiliar, Argos" el monstruo de la atención dotado de mil ojos"[68].

Blüner ha apuntado que "la mirada crítica y desenmasacaradora del hombre hacia su ambiente (...) está más bien emparentada con el interés moderno por el saber y con la epistemología de la Ilustración"[69], haciendo de Gracián un autor preponderantemente pre-ilustrado. Sea cual sea el valor de la transformación que aparece en la prudencia graciana respecto a la tradición clásica, hay que decir que la atención y el desengaño le imprimen al hombre virtuoso constante vigilancia sobre sí y sobre la situación, de modo que pueda decirse con Hafter que la propuesta de la vida prudente de Gracián es la "búsqueda de un modo de vivir la vida virtuosa en medio de gente maliciosa y pecadora"[70]. Ayala ha señalado en un precioso artículo otra transformación que toma la prudencia en la obra de Gracián; se trata de la estetificación de la prudencia tomista en una nueva forma original dependiente de la creatividad. La prudencia va a predicarse del ingenio -como facultad inventiva- y del gusto[71]. Si para Gracián el producto final de la elección recae sobre la persona -de la elección recta depende el ser pesona- que queda definida tanto en términos prudenciales como estéticos ("persona es quien procede con gravedad apacible, habla con madurez tratable, obra con entereza cortés y se precia más de tener buen seso que de tener buen talle"), la prudencia tiene también una descripción estética que en Gracián toma el nombre de gusto y el de agudeza prudencial.

El término gusto aparece en la obra de Gracián con una frecuencia sorprendente si tenemos en cuenta que se ha considerado que el que introdujo el término en un contexto estético fue Shaftesbury en los albores del siglo XVIII. En muchos de los casos en que aparece el gusto está referido a las preferencias individuales o a las inclinaciones que, de modo natural o adquirido, los hombres poseen y a causa de ella se distinguen. Veáse por ejemplo en el Héroe: "Grande es la variedad de inclinaciones, prodigio deleitable de la Naturaleza; tanta como en rostros, voces y temperamentos. Son tan muchos los gustos como los empleos"[72]. En este sentido el término gusto se entiende como las preferencias individuales, tan irrepetibles en cada persona como el rostro: "Porque cada uno es hijo de su madre y de su humor, casado con su opinión, y así todos parecen diferentes, cada uno de su gesto y de su gusto"[73]. Sin embargo el gusto también puede asemejarse al uso vulgar que posee hoy en la lengua castellana: capacidad general de apreciación que hace a alguien digno de estimación. Tal es el sentido de la frase: "Tiene buen gusto". Según este sentido gusto significa capacidad y, por tanto, está íntimamente asociado con el ingenio (capacidad del entendimiento vigoroso) y con la noción de genio (inclinación natural). Sin embargo el gusto sigue el esquema naturaleza-artificio-naturaleza de manera que aunque pueda haber una capacidad especialmente esquesita por naturaleza, sin educación nunca llega a ser un buen gusto. "Hay cultura de gusto, como de ingenio. Entrambos relevantes son hermanos de un vientre, hijos de la capacidad, heredados por igual en la excelencia. Ingenio sublime nunca crió gusto ratero. (...) Es calidad un gusto crítico, un paladar difícil de satisfacerse;los más valientes objetos le temen y las más seguras perfecciones le tiemblan"[74]. El gusto es utilizado en este sentido como órgano apreciativo aunque no en un sentido exclusivamente estético -de valoración de las obras de arte o de la belleza natural- sino que se extiende a cualquier valoración dentro de la vida humana: "un buen gusto sazona toda la vida"[75].

Si en un principio el gusto denotaba las preferencias o inclinaciones naturales, en una segunda apreciación -tal como ha señalado Hidalgo Serna- el gusto va a implicar el control y el cuidado de las predisposiciones naturales[76]. El gusto es educable y ante todo cultivo. En la descripción del hombre universal como modelo del vivir bueno aparece esta noción de gusto como órgano valorativo que ha formado el arte -la educación- pero siempre en consonancia con la naturaleza. La cultura del gusto, el cultivo, parece situarse a un nivel inferior o distinto del entendimiento: "Compuesto de toda perfección, vale por muchos. Hace felicísimo el vivir, comunicando esa función a la familiaridad. La variedad con perfección es entretenimiento de la vida. Gran arte de saber lograr todo lo bueno. Y pues le hizo la naturaleza al hombre un compendio de todo lo natural por su eminencia, hágale el arte un universo por ejercicio y cultura del gusto y del entendimiento"[77]. El gusto aparece siempre en sentido pasivo, siendo la percepción de lo agradable. Ha sido DeWitt Thorpe quien ha señalado esta valiosísima aportación de Gracián como idea precursora del gusto en la estética británica; sin embargo hay que matizar sus palabras de que en Gracián "el gusto es una clase de tacto para hacer las cosas rectamente y realizar las elecciones sin la intervención de la razón"[78]. La espontaneidad o inmediación del gusto no está reñido en Gracián con la capacidad de reflexión o con la educación, puesto que el buen gusto es un producto del cultivo y puesto que dentro del ideal del hombre de gusto la capacidad de reflexionar es de primer orden. Habría que decir que para Gracián el gusto parece un modo de apreciar inmediato, puesto que la inclinación del gusto tiene esencialmente ese carácter, pero que el buen gusto es necesariamente un cultivo producido por la educación en la reflexión sobre las cosas buenas[79]. Una de las características que siempre agradan al gusto es la novedad; como muy bien ha visto Thorpe, Gracián se anticipaba a Hobbes y Addison[80]; en este caso la anticipación bien podría haber sido una clara influencia si tenemos en cuenta que Addison cita a Gracián explicitamente. Gracián informa así al ingenio que intente presentar en el discurso una primicia de novedad para hechizar el gusto: "Siempre va el gusto por delante, nunca vuelve atrás, no se ceba en lo que ya pasó, siempre pica en la novedad; pero puédesele engañar con lo flamante del modillo. (...) Véase eseto más en los empleos del ingenio, que aunque sean las cosas muy subidas, si el modo de decirlas en lo retórico y del escribirlas en el historiador fuere nuevo, las hace apetecibles. Cuando las cosas son selectas, no cansa el repetirlas hasta siete veces; pero, aunque no enfadan,no admiran, y es menester guisallas de otra manera para que soliciten la atención; es lisonjera la novedad, hechiza el gusto, y con sólo variar de sainete se renuevan los objetos, que es gran arte de agradar"[81]. La novedad tiene como correlato subjetivo la curiosidad, y adquiere un carácter tan central en la dinámica cognoscitiva que cabe decir con Hidalgo Serna "que el espíritu, la norma que anima y dirige el pensamiento de nuestro filósofo es la curiosidad"[82]. La curiosidad en relación con el gusto es descrita por Gracián como "sainete del saber", "bocadito del gusto", y en relación al ingenio como su "acicate"[83].

Aunque en un pasaje de el discreto en el que se habla de las personas que nunca están hechas, Gracián diferencia entre el gusto del juicio prudencial[84], hay innumerables textos en los que el gusto adquiere un sentido moral, en el que se hace equivalencia con la capacidad formada del buen elector. Como ha señalado Hidalgo Serna, "las alsiones al gusto en sentido cognoscitivo se suceden indistintamente, pues la verdad no se encuentra en oposición ni con el comportamiento humano ni con el arte"[85]. El gusto en cualquier caso tiene un sentido de ponderación y estimación. En cuanto aplicado a la conducta humana el gusto se corresponde con el saber práctico: el saber de la discreción. "Un modo de ciencia es éste que no lo enseñan los libros ni se aprende en las escuelas; cúrase en los teatros del buen gusto y en el general tan singular de la discreción"[86]. Si el negocio más relevante era la propia educación gracias a la cual el hombre llega a ser persona -la elección es lo más difícil-, el gusto que antes se ha definido con fines retóricos, parece revestirse ahora como norma de la elección. Gracián llama a la norma del gusto, gusto ajeno universal, y puede definirse tan ambigüamente como se encuentra en este texto de el Discreto:

"Hay algunos empleos que su principal ejercicio consiste en el elegir, y en estos es mayor la dependencia de su dirección. Como son todos aquellos que tienen por asunto el enseñar agradando. Prefiera, pues, el orador los argumentos más plausibles y más graves; atienda el historiador a la dulzura y al provecho, case el filósofo lo especioso con lo sentencioso, y atiendan todos al gusto ajeno universal, que es la norma del elegir, y tal vez se ha de preferir al crítico y singular, o propio o extraño. Nace, en primer lugar, del gusto propio, si es bueno, calificado con la prueba, con que se asigura el ajeno, que es ventaja para hacer norma dél y no depender de los extraños. Con esto se puede uno confiar que lo que le agrada a él en los otros, también le agradará en ellos a él"[87].

El concepto de gusto crítico se corresponde con el gusto ya formado: el productor del juicio recto. La capacidad de juzgar rectamente significa la dotación de valor a cada cosa según su peso específico, la distinción entre apariencias y realidad y la capacidad para penetrar en la intimidad de las cosas. Si, tal como defiende Hafter, la dicotomía apariencia-realidad es una clave interpretativa esencial de la obra de Gracián[88], el gusto como aptitud prudencial adquiere un peso específico central en la descripción del modelo del cirtuoso. Gracián califica al gusto crítico como un valor en sí, puesto que es el producto de la formación hecha hábito: "Bueno es ser noticioso, pero no basta; es menester ser juicioso; un eminente crítico vale primero en sí, y después da su valor a cada cosa, califica a los objetos y gradúa los sujetos; no lo admira todo ni lo desprecia todo; señala, sí, su estimación a cada cosa. Distingue luego entre realidades o apariencias, que la buena capacidad se ha de señorear con los objetos, no los objetos de ella, así en el conocer como en el querer. Hay zahoríes de entendimiento que miran por dentro de las cosas, no paran en la superficie vulgar, no se satisfacen de la exterioridad, ni se pegan de todo aquello que reluce; sírveles su critiquez de inteligente contraste para distinguir lo falso de lo verdadero"[89]. El concepto de gusto que utiliza Gracián es suficientemente ambigüo como para adscribirlo por un lado con la capacidad crítica y la percepción agradable susceptible de perfeccionamiento, y al mismo tienpo puede identificarse con la norma de la recta elección. "Al buen gusto -ha dicho Hidalgo Serna- corresponde discernir y reconocer el valor de lo verdadero, de lo bello y de lo bueno, es decir, de aquello que ha quedado desvelado merced a la sutileza del ingenio en el ámbito de la praxis"[90]. El gusto se relaciona con el ingenio porque éste, en su desarrollo y cultivo, da lugar al gusto. A su vez el gusto hace de juez y decide la supremacía del ingenio (estética) o del juicio (ética):

"Es el juicio trono de la prudencia, es el ingenio esfera de la agudeza; cúya eminencia y cúya medianía deba preferirse, el pleito ante el tribunal del gusto"[91].

Si la capacidad inventiva se ha revelado como facultad central en el desarrollo de la vida humana -la cultura es el milagro de la naturaleza y su tabla de salvación-, el gusto se va a relacionar con los tres tipos de agudeza: conceptual, verbal y de acción, correspondiente al ingenio en los conceptos o pensamientos, en las palabras o en las acciones respectivamente. Como ha visto muy bien Ayala, el gusto ayuda al ingenio entonces de tres formas: "Si se trata de la agudeza conceptual, el gusto ayuda al ingenio a elegir entre las posibles correspondencias aquellas más sutiles (...). A la agudeza verbal ayuda el gusto seleccionando aquellas palabras aptas para la formación del artificio verbal (...). Por último en la agudeza de la acción el gusto orienta a la elección de los medios que posibilitan una acertada realización del fin moral"[92]. Hay muy pocas referencias que puedan permitir hablar del gusto como capacidad distinta al entendimiento, aunque, como se ha señalado, en una ocasión se distingue cultura de gusto y cultura del entendimiento. La única referencia que hace Gracián a la imaginación diferenciándola de la sindéresis es en el Oráculo, en donde pone como norma de prudencia el templar la imaginación con la sindéresis:

"Templar la imaginación. Unas veces corrigiéndola, otras ayudándola, que es el todo para la felicidad y aún ajusta la cordura. Da en tirana: ni se contenta con especulación, sino que obra, y aún suele señorearse de la vida, haciéndose gustosa o pesada, según la necesidad en que se da, porque hace descontentos o satisfechos de sí mesmos. Representa a unos continuamente penas, hecha verdugo casero de necios; propone a otros felicidades aventuras con alegre desvanecimiento. Todo esto puede, si no la enfrena la prudentísima sindéresis"[93].

Podría verse en la capacidad de hacer gustosa o pesada la vida, el primer sentido que se ha dado aquí de gusto, como aptitud general de percepción de lo agradable o penoso. Baste por el momento apuntar la ambigüedad del concepto de gusto que utililiza Gracián aunque no exento de contenidos tanto éticos como estéticos. En cualquier caso hay que adscribir con Ayala que "aunque Gracián no acaba de describir la naturaleza tan singular de este juicio, su intuición sirvió para que a partir de él el gusto perdiera el sentido popular y afilosófico que tenía hasta entonces y adquiera un puesto relevante entre los escritores y filósofos europeos"[94].

Tal ambigüedad lleva a pensar en que las fronteras entre retórica y elección, entre gusto y juicio, no están del todo delimitadas. Del mismo modo pueden estudiarse las relaciones entre juicio e ingenio. Como ha señalado Del Hoyo, la distinción neta entre genio e ingenio aparece como motivo principal en el Discreto mientras que en el Héroe los ejes con los que se mueve la estructura de la obra son el entendimiento y la voluntad[95]; en esta última obra se encuentra un capítulo entero dedicado a la diferenciación entre las dos esferas, juicio e ingenio, autónomamente diferenciadas:

"Adécuese esta capital prenda de otras dos, fondo de juicio y elevación de ingenio, que forman un prodigio si se juntan. (...) Súfrasele a la política con más derecho introducir división entre el juicio, entre la sindéresi y la agudeza: cuya eminencia y cuya medianía deba preferirse, es pleito ante el tribunal del gusto. (...) La valentía, la prontitud, la sutileza del ingenio, sol es deste mundo en cifra, sino rayo, vislumbre de divinidad. Todo héroe participó exceso de ingenio"[96].

La agudeza, como propiedad del ingenio, participa del modo de ser de todas las prendas del Discreto: "Aquella (la naturaleza) engendra la agudeza, ésta (el arte) la alimenta, ya de ajenas sales, ya de la prevenida advertencia"[97]. Sin embargo, a lo largo de la obra la agudeza no tiene el estatus funcional separado del juicio. Como se ha visto, en Gracián los conceptos ésticos están emparentados con los estéticos. Las nociones estéticas son ambivalentes y se predican igualmente de las prendas o cualidades morales. De igual modo que el gusto y el juicio, la agudeza puede predicarse de la prudencia, de manera que la norma vital de prudencia llega a ser un ideal artístico, un arte. Puede verse en relación a esto el comentario de Gracián a la prontitud, una de las principales propiedades de la agudeza de ingenio: "Y la prontitud en dichos fue siempre plausible, la misma en hechos merece aclamación; la presteza feliz en el efecto arguye eminente actividad en la causa; en los conceptos, sutileza; en los aciertos, cordura, tanto más estimable cuanto va de lo agudo a lo prudente, del ingenio al juicio"[98]. O respecto a la novedad en donde se solapan de nuevo la invención del ingenio y la buena elección: "Es lisonjera la novedad, y si feliz, da dos realces a lo bueno. En los asuntos del juicio es peligrosa por lo paradojo; en los del ingenio, loable, y si acertadas una y otra plausibles"[99]. Los binomios que han quedado relacionados gusto-sindéresis e ingenio-juicio emparejan a su vez al ingenio y al gusto como elementos estéticos que son utilizados por Gracián. Resulta curioso observar que si bien Gracián distingue objetivamente la agudeza, el ingenio del juicio prudencial o ético, en la práctica la proposición de su ideal moral está estetificada, de manera que puede hablarse de una agudeza prudencial o de acciones ingeniosas y prudentes[100]. Del mismo modo el estudio de la diferencia entre genio e ingenio, nos llevará a un rudimentario concepto de genio que apunta en barruntos a la idea de genialidad moderna. Pero esto tendrá que verse en el próximo apartado dedicado exclusivamente a la obra estética de Gracián: Agudeza y arte de ingenio.



[38] "Toda ventaja en el entender, lo es también en el ser; y en cualquier exceso de discurso no va menos que el ser más o menos persona" (El discreto I, p. 78.).

[39] Oráculo Manual y arte de prudencia 6, p. 152.

[40] Oráculo Manual y arte de prudencia 87, Cultura y aliño, p. 164. La explicación entre paréntesis es mía.

[41] El Discreto II, p. 82.

[42] El Discreto XIII, Hombre de ostentación, p. 112. Gracián concluye: "Ningún realce pide ser menos afectado que la ostentación, y perece siempre de este achaque, porque está muy al tanto de la vanidad, y ésta del desprecio. Ha de ser muy templada y muy de la ocasión, que es aún más necesaria la templanza del ánimo que la del cuerpo; va en ésta la vida material, y la moral en aquella, que aun los yerros los dora la templanza".

[43] El Discreto XVIII, De la cultura y el aliño, pp. 123-4.

[44] El Discreto XXII, Del modo y del agrado, p. 136. En el Oráculo Gracián lo expresa en términos muy similares: "No basta la substancia, requiérese también la circunstancia. Todo lo gasta un mal modo, hasta la justicia y la razón. El bueno todo lo suple; dora el no, endulza la verdad y afeita la misma vejez. Tiene gran parte en las cosas el cómo, y es tahúr de los gustos el modillo. Un bel portarse es la gala del vivir: desempeña singularmente todo buen término" (Oráculo Manual y arte de prudencia 14, La realidad y el modo, p. 155).

[45] El Héroe VI, p. 16.

[46] La única prenda que Gracián afirma inposible de alcanzar por medio del arte y el empleo, sólo debida a la naturaleza es la de tener buenos repentes (ocurrencias), y este es su comentario: "Ministrábalos el águila, porque realces de prontitud salieron siempre de remontes de ingenio. Salen más las medianías impensadas que los superlativos prevenidos. Atribuyen algunos estos aciertos a la sola ventura, y debieran también a una perspicacia prodigiosa; a quien no reconoce deuda este realce de héroe es al arte: todo lo agradece a la naturaleza y a la dicha. No cabe artificio donde apenas la advertencia socorre la facilidad del ofrecerse, donde no hubo tiempo para pensarse" (El Discreto XV, p. 115-6).

[47] Cfr. A Coster, Baltasar Gracián, CSIC, Zaragoza 1947.

[48] Es el mérito de Hafter el haber subrayado la necesidad sine qua non de la prudencia como gala del hombre discreto en su erudita obra Gracián and perfection, Spanish Moralists of the Seventeenth Century, Harvard University Press, Cambridge, Massachussetts 1966, pp. 3-4, 56-7.

[49] El Héroe XV, De la simpatía sublime, p. 27.

[50] Oráculo Manual y arte de prudencia 77, Saber hacerse a todos, p. 173.

[51] "Comprensión de sí: en el genio, en el ingenio, en dictámenes, en afectos. No puede ser uno señor de sí si primero no se comprende. Hay espejos del rostro, no los hay del ánimo: séalo la discreta reflexión sobre sí. Y cuando se olvidare de su imagen exterior, conserve la interior para enmendarla, para mejorarla. Conozca las fuerzas de su cordura y sutileza para el emprender; tenga medido su fondo y pesado su caudal para todo" Oráculo Manual y arte de prudencia 89, p. 176.

[52] El Héroe I, que el héroe practique incomprensiones de cuadal, p. 6.

[53] Oráculo Manual y arte de prudencia 94, Incomprehensibilidad de caudal, p. 177. Y en el punto 98: "Cifrar la voluntad: Son las pasiones los portillos del ánimo. El más plático saber (práctico saber) consiste en el disimular; lleva riego de perder el que juega a juego descubierto. Compita la detención el recatado con la atención de lo advertido: a linces de discurso, jibias (porque se encubren con la oscuridad de la tinta que despiden) de interioridad. No se le sepa el gusto, porque no se le prevenga, unos para la contradicción, otros para la lisonja" (Oráculo Manual y arte de prudencia 98, pp. 177-8. Las explicaciones entre paréntesis son mías). Y en el 45 se dan otras razones para ocultar la propia intención: "Usar, no abusar de las reflezas: No se han se afectar, menos se han de entender: todo arte se ha de encubrir, que es sospechosa y más la cautela, que es odiosa. Usase mucho el engaño; multiplíquese el recelo, sin darse conocer, que ocasionaría la desconfianza; mucho desobliga y provoca a la venganza; despierta el mal que no se imaginó. La reflexión en el proceder es gran ventaja en el obrar: no hay mayor argumento en el discurso. La mayor perfección en las acciones está afianzada del señorío que se ejecutan" (Oráculo Manual y arte de prudencia 45, pp. 163-4).

[54] El Héroe II, Cifrar la voluntad, pp. 8-9. En el Oráculo se explica con otras palabras: "Obrar de intención, ya segunda ya primera. Milicia es la vida del hombre contra la malicia del hombre. Pelea la sagacidad con estratagemas de intención: nunca obra lo que indica; apunta, sí, para deslumbrar, amaga el aire con destreza, y ejecuta en la impensada realidad, atenta siempre a desmentir. Echa una intención para asegurarse de la émula atención, y revuelve luego contra ella, venciendo por lo impensado. Pero la penetrante inteligencia la previene con atenciones, la acecha con reflexas, entiende siempre lo contrario de lo que quiere que entienda, y conoce luego cualquier intentar de falso; deja pasar cualquier primera intención, y está en espera de la segunda, y aún a la tercera. Auméntase la simulación al ser alcanzado el artificio, y pretende engañar con la misma verdad. Muda de juego, por mudar de treta, y hace artificio del artificio, fundando su astucia en la mayor candidez. Acude a la observación intendiendo su perspicacia, y descubre las tinieblas revestidas de luz; descifra la intención más solapada cuanto más sencilla. Desta suerte combate la candidez de Pitón con los penetrantes rayos de Apolo" (Oráculo Manual y arte de prudencia 13, p. 154).

[55] Oráculo Manual y arte de prudencia 123, Hombre desafectado, p. 184. El punto concluye: "Los afectados son tenidos por extranjeros en lo que afectan: cuanto mejor se hace una cosa se ha de desmentir la industria, porque se vea que se cae de su natural perfección. Ni por huir de la afectación se ha de dar en ella, afectando el no afectar. Nunca el discreto se ha de dar por entendido de sus méritos, que el mismo descuido despierta en los otros la atención. Dos veces es eminente el que encierra todas las perfecciones en sí y ninguna en su estimación; y por encontrada senda llega al término la plausibilidad".

[56] El Héroe XVII, Toda prenda, sin afectación, p. 30.

[57] A. Coster, Baltasar Gracián, pp. 92-3.

[58] El Héroe XIII, 25-6. En Oráculo se expone la misma idea: "El despejo en todo. Es vida de las prendas, aliento del decir, alma del hacer, realce de los mismos realces. Las demás perfecciones son ornatos de la naturaleza, pero el despejo lo es de las mismas perfecciones; hasta en el discurrir se celebra" (Oráculo Manual y arte de prudencia 127, p. 185).

[59] Monroe Z. Hafter, Gracián and Perfection, pp. 135-6. Hafter ha señalado también otra posible influencia que Gracián podía haber heredado en su concepción del despejo en Il Romulo (1629) de Virgilio Malvezzi y en el concepto de grazia de Castiglione, aportando una larga serie de estudios sobre esta relación.

[60] "Lo bueno es que no se puede definir, porque no se sabe en qué consiste; o si no digamos que son todas las tres Gracias juntas en un compuesto de toda perfección" (El DIscreto XXII, p. 137). Las tres gracias de las que habla Gracián son tradicionalmente Pasitea (amor), Eufrosine (paz) y Acgialis (amistad).

[61] A. del Hoyo, estudio introductorio a las Obras Completas de Gracián, p. CXLIX.

[62] Idem. p. CL.

[63] "No hay perfección donde no hay elección. Dos ventajas incluye: el poder elegir y elegir bien. Donde no hay delecto, es un tomar a ciegas lo que el acaso o la necesidad ofrecen. Pero al que le faltare el acierto, búsquelo en el consejo o en el ejemplo, que se ha de saber o se ha de oír a los que saben, para acertar" (El Discreto X, Hombre de buena elección, p. 103).

[64] "Ni es solamente especulativa esta discreción, sino muy práctica, especialmente en los del mando, porque a la luz della descubren los talentos para los empleos" (El Discreto XIX, Hombre juicioso y notante, p. 129).

[65] El Discreto II, p. 81.

[66] Oráculo Manual y Arte de Prudencia 146, p. 190.

[67] Sobre el lugar de la obra de Gracián en un siglo de duda, desencanto y fragmentación puede verse el artículo de A. Guy, Tradición y modernidad en "El Criticón" de Baltasar Gracián, pp. 170-3.

[68] A. del Hoyo, estudio introductorio a las Obras Completas de Gracián, p. CVVIII-IX.

[69] Karl Alfred Blüher, "Mirar por dentro": El análisis introspectiva del hombre en Gracián, en "Neusmeister, S., y Driesemeister, D., (eds.) "El mundo de Gracián", Colloquium Verlag, Berlín 1991.

[70] Monroe Z. Hafter, Gracián and Perfection, p. 152.

[71] Jorge M. Ayala, La agudeza prudencial, en "Criticón" (Tolouse) 43 (1988), pp. 7-12.

[72] El Héroe IX, p. 19.

[73] El Criticón I, 4, p. 542.

[74] El Héroe V, Gusto Relevante, p. 13.

[75] Oráculo Manual y arte de prudencia 298, p. 228.

[76] E. Hidalgo Serna, El pensamiento ingenioso en Baltasar Gracián, Anthropos, Barcelona 1993, p. 87.

[77] Oráculo Manual y arte de prudencia 93, p. 177,.

[78] Clarence DeWitt Thorpe, The Aesthetic theory of Thomas Hobbes, Universtity of Michigan Press, Ann Arbor 1940, p. 63.

[79] Sobre el carácter primordial del saberse a sí mismo como reflexión mediadora cfr. Karl Alfred Blüher, "Mirar por dentro: el análisis introspectivo del hombre en Gracián, pp. 203-208.

[80] C. DeWitt Thorpe, The Aesthetic Theory of Thomas Hobbes, p. 62. Cfr. también C. DeWitt Thorpe, Addison and some his predecessors an "novelty", en "Publications of the Modern Language Association of America 52 (1937), pp. 1125-7. Además de los textos aquí expuestos DeWitt menciona también como idea anticipada al valor sublime de la naturaleza en Addison, la exultación de la naturaleza de Critilo. Hidalgo Sena ha señalado al respecto de la recepción del ideal del buen gusto de Gracián en Addison, que éste último toma la noción de gusto "exclusivamente desde el significado moral del término", por lo que cabe suponer que no conocía la Agudeza y arte de ingenio (Cfr. El pensamiento ingenioso en Baltasar Gracián, p. 29).

[81] El Discreto XXII, del modo y agrado, p. 136. En el Oráculo se repite el argumento: "Válgase la novedad: que mientras fuere nuevo será estimado. Aplace la novedad, por la variedad, universalmente; refréscase el gusto y estímese más una medianía flamante que un extremo acostumbrado. Rózanse las eminencias y viénense a envejecer; y advierta que durará poco esta gloria de novedad: a cuatro días le perderán el respeto. Sepa, pues, valerse de esas primicias de la estimación y saque en la fuga todo lo que pudiera pretender; porque si se pasa calor de lo reciente refirgérase la pasión, y trocarse ha el agrado de nuevo en enfado de acostumbrado. Y crea que todo tuvo su vez, y que pasó" (Oráculo Manual y arte de prudencia 269, p. 221).

[82] E. Hidalgo Serna, El pensamiento ingenioso en Baltasar Gracián, p. 183.

[83] El Héroe 1, p. 7.

[84] "Es que les falta alguna pieza, ya en el gusto, que es harto mal, ya en el juicio, que es peor" (El Discreto XVII, p. 122).

[85] E. Hidalgo Serna, El pensamiento ingenioso en Baltasar Gracián, p. 175.

[86] El Discreto V, Hombre de plausibles noticias, p. 90.

[87] El Discreto X, Hombre de buena elección, p. 102.

[88] Gracián and Perfection, pp. 97-100.

[89] El Discreto XIX, Hombre juicioso y notante, p. 127.

[90] E. Hidalgo Serna, El pensamiento ingenioso en Baltasar Gracián, p. 179-80.

[91] El Héroe 3, p. 11.

[92] Jorge M. Ayala, Balatasar Gracián y el Ingenio, p. 183.

[93] Oráculo Manual y arte de prudencia 32, p. 160.

[94] Jorge M. Ayala, Baltasar Gracián y el ingenio, p. 183-4.

[95] Cfr. A. del Hoyo, estudio introductorio a las Obras Completas, p. CXLVI. La tesis de Del Hoyo halla confirmación en los dos primeros capítulos de el Héroe (que el héroe practique incomprehensiones de caudal y cifrar la voluntad) y en el primero de el Discreto (Genio y ingenio).

[96] El Héroe III, La mayor prenda del héroe, p. 9.

[97] Ibid. p. 10.

[98] El Discreto XVI, tener buenos repentes, p. 116.

[99] Oráculo Manual y arte de prudencia 283, Hombre de inventiva a lo cuerdo, p. 224-5.

[100] Véase como un ejemplo que habla por sí mismo la introducción Al Lector que hace Gracián al Oráculo Manual y arte de prudencia: "Sirva este memorial a la Razón en el banquete de sus sabios, en que registre sus platos prudenciales que se le irán sirviendo en las demás obras, para distribuir el gusto genialmente". O el final de la misma obra en donde se propone el ingenio y el gusto, junto con el juicio, como prendas que forman un prodigio en el ideal del discreto: "Tres cosas hacen un prodigio: y son el don máximo de la Suma Liberalidad: ingenio fecundo, juicio profundo y gusto relevantemente jocundo. (...) El ingenio no ha de estar en el espinazo, que sería más laborioso que agudo. (...) Hay entendimientos que arrojan de sí luz, como los ojos del lince, y en la mayor oscuridad discurren más; haylos de la ocasión, que siempre topan con lo más a propósito: ofréceseles mucho y bien: felicísima fecundidad. Pero un buen gusto sazona toda la vida" (Oráculo Manual y arte de prudencia 298, p. 228).

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